Es vivir su Sacrificio en mi vida hasta que todo mi ser sea amado, salvado y redimido por Él.
(2 Re 5,1-19; Lc 1,44-56) Es un regalo tan grande del Señor que a través de las Lecturas que nos da la comunidad vayamos meditando en la Eucaristía, y semana a semana nos hagamos conscientes de lo que significa para nosotros el sacrificio de Nuestro Señor Jesús y vivirlo en nuestra vida. Cuando repetimos las cosas, fácilmente se van haciendo rutina, y lo peor es que hasta los sacramentos se pueden llegar a hacer una costumbre, hacerlo “porque ya es tiempo de confesarme”, “hace tiempo que no comulgo, voy a hacerlo”. ¡Cuánto nos falta entender la Gracia santificante que estamos recibiendo y todo lo que el Señor nos ofrece! En la lectura que se nos ofrece para meditar ahora, me identificaba con Naamán, un hombre que estaba enfermo con lepra y quería sanarse, lógicamente, y un día escucha y cree en la sugerencia de una muchachita israelita, que le habla de un profeta en Israel que le podría curar. Y allí va desde lejos buscando la sanació...