“Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo”. Ap 3,20


Gracias Señor por el regalo de la vida, por buscarme, por llamarme, por pararte ante mi vida cada mañana, por esperarme,  por la paciencia que tienes conmigo, gracias la capacidad que nos has dado de escuchar tu voz, de poder dialogar contigo. Ayúdame Espíritu Santo en esta mañana a orar como discípula del Señor para aprender de Él su manera de amar y de entregarse sin medida.  
En el contexto de la  cita de Ap 3,20, la Iglesia de Laodicea se había alejado de Dios, su fe se había entibiado,  no era ni fría ni caliente se había vuelto autosuficiente: Pensaba “soy rico, tengo de todo, nada me falta”..Quizás como nos pasa a nosotros también muchas veces, dejamos la oración, la relación con Dios por medio de la Palabra  porque pensamos que ya  no lo necesitamos que ya hemos orado bastante y que ya lo sabemos todo, y hasta podemos pensar: “yo estoy bien, no hago mal a nadie, cumplo con ir a Misa los domingos, con mi trabajo, con sostener o atender  a mi familia, “no estoy mal”.

Pero el Señor que nos ama, como nadie nos ha amado nunca, que por salvarnos ha entregado  su propia vida mira nuestra vida con pena, con mucha compasión, pero sobretodo con mucha misericordia, El  ve que no somos felices, que nos podemos perder, por eso esta mañana se encuentra nuevamente llamando a nuestra puerta…

Contemplando la Palabra, miraba a Jesús parado, llamándome por mi nombre…en medio del  frio, esperando que escuche su voz y le abra….   ¿Que más  ves? Jesús me propone que le deje entrar porque quiere que conversemos los dos a solas, “comeré con él y el conmigo”, como dos amigos que se sientan a dialogar cara a cara, de tu a tu…en confianza, Jesús quiere hacerme volver, reanudar nuestro trato diario, añora los encuentros a solas en la intimidad, cuando esperaba que amaneciera pronto para escucharle.

Déjame entrar ábreme la puerta de tu corazón, de tu vida, tú me necesitas, hijo mío, hija mía,  lejos de mi te pierdes, te haces daño… ¿qué voces estas escuchando?.... ¿a quienes le estas abriendo tus  puertas?, ¿a la preocupación, al cansancio, a las quejas, al miedo, a la tristeza, el desánimo?

He llegado hasta tu puerta para llamarte, Yo que soy la Vida y el Amor que tu estas necesitando, atiéndeme, escúchame  y tu alma vivirá…hoy es el tiempo de salvación, ábreme, déjame entrar a eso que estás viviendo, solo no puedes, sin mi te secas, te agotas, ¡Vamos anímate!

Yo también necesito este encuentro, ayúdame a regresar Señor, se me hace difícil abrir… no sé en qué momento empecé a cerrarle mi puerta a Jesús. ¿Cómo fue que le fui dejando poco a poco? Sin darme cuenta deje entrar a  mi corazón;  el trabajo, las personas, mis hobbies, las ocupaciones de la vida se fueron haciendo dueños de mi casa, me fui endureciendo, enfriando, cada día más;  ayúdame a volver  Señor, a dejar entrar al Amor, a la Vida, nuevamente.

A veces no entendemos este gran amor del Señor, pero no importa tanto entenderlo sino dejarnos amar, dejarle ser, estar  en nuestra vida, dejarnos llenar de su Amor para poder estar vivos de verdad y dar Vida al mundo.

Mi Dios y mi Señor, el Dueño de mi vida, de todo lo que soy y lo que tengo, entra y reina en mi corazón,  esta es tu casa, y si no puedo abrir, ábrela Tú con todo tu poder, pero no dejes que me pierda por mal camino, Señor, entra a mi vida, dame Vida con tu Palabra. Madre ruega por nosotros, para poder escuchar la Voz del Señor estar atentos a su llamado.


Nila


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