Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo


(Mt 5,13-16)
Todos somos buscadores del Amor. Lo buscamos desde que nacemos hasta que mori-mos, desde que amanece hasta que vuelve a amanecer. Día y noche buscamos a ese Tú para el que está hecho nuestro corazón. Pero lo buscamos para tener una referencia de cómo caminar por esta vida nueva a que nos invitas, a vivir de tu Vida y de tu Amor que está en tu Palabra.
Por eso te busco para que estés cerca de mí, que me circundas con tu presen¬cia, que me hagas escu¬char tu voz, cono¬cer tu bondad y que dé esta¬bi¬lidad y seguridad a mi vida.
La sal y la luz de mi vida es cada encuentro contigo. Cada vez que Tú, mi Dios, eterno bus¬cador, te estrellas contra mí, alcanzándome, lle¬nas de luz mi camino, partes en dos mi destino, marcas mi vida y divides mi historia en un antes y un después o sin ti no puedo seguir mi vida.
Y cuando respondo a tu llamado me llamas a ser la sal de la tierra, ¿Qué es la sal? La que pone la sazón a los alimentos, cuando vemos a una mujer u hombre que camina salerosamente llamando la atención de todos, llevando tras de sí todas las miradas, y hasta arrancando silbidos, me decía con esa fuerza me llamas a tener salero de tal manera que cuando me encuentre en cualquier ambiente yo pueda ofrecer a mis hermanos esa sal que tú mismo me das en mi vida, palabra, gestos, que arranque de los demás más que admiración, un querer imitar mi vida, porque en mí hago resplandecer tu rostro, tu santidad, a eso estamos llamados a desear ser santos como tú eres santo.
Y ponemos sal en nuestros ambientes cuando a manera de San Francisco hacemos que donde haya odio, pongamos amor; donde haya injuria, pongamos perdón; donde haya duda, fe; donde haya tristeza, alegría; donde haya desaliento, esperanza; donde haya sombras, luz. Y que no busquemos ser consolados sino consolar; que no busquemos ser amados sino amar; que no busquemos ser comprendidos sino comprender; porque dando es como recibimos.
Y todo esto constituye la luz que debemos irradiar, Jesús mío y nuestro, que no viene de afuera sino de adentro del corazón, eso que vivimos interiormente eso damos, como tú dices Jesús, no se pone la luz debajo de la cama, dentro muy dentro del corazón que los demás no llegan a gozar de sus destellos; sino que tú quieres que irradiemos esa luz que nos da el trato contigo, eres tú el que sales para que te vean a través de nuestro rostro, de nuestra palabra de nuestros gestos.
Y sólo el Amor a Ti, se atreve a hacer esto, ¡Cómo quisiera amarte tanto Jesús de mi alma! Que te imitara y que no saliera mi, mi yo hacia los otros si no tú, Jesús, mi buen Maestro y Pastor.
Mamá María, enséñame a moldear mi corazón y el de mis hermanos al estilo de Jesús, que es la luz que alumbra a todos los hombres.



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