El testamento del Amor

EL TESTAMENTO DEL AMOR
Juan 15,1-17
Querida Trinidad, hoy quiero comenzar esta oración, diciéndote que tu testamento, Tú, lo has dejado inmerso en nuestro ser (Gén1,26) porque cuando nos hiciste, lo hiciste a tu imagen y semejanza y si Tú, eres AMOR, ( 1 Juan 4,8) Dios es amor; nosotros en esencia somos Amor.
¡Qué ideal tan grande, nos propones! ¡Qué sueño el tuyo! Con razón muchos dicen que para tener tan grande meta, debes de ser un loco de presumir que el hombre, sea Amor como tú, realmente tu eres grande y bueno, quieres que seamos como tú.
Compartir la vida con Jesús Resucitado nos hace estrenar una Vida nueva, con mayús¬culas: su misma Vida eterna que es Amor. Uni¬dos a El, nuestro Buen Amigo, que se hace Pas¬tor y pasto, vamos transformándonos en El. Con la imagen de la vid y los sarmientos so¬mos invitados a vivir en estrecha comunión con nuestro Maestro para dar el único fruto que permanece: el Amor de COMUNION con todos sin excepción (Jn 15,1 17).
Vivimos inmersos en un ambiente que no sólo nos despersonaliza sino que además desnaturaliza nuestro proyecto de ser Amor, al brindarnos continuamente una forma de vida regida por el principio del egoísmo y la división. Es en estas circunstancias en las que Jesús Resucitado irrumpe dándonos un cam¬bio de identidad: la identidad de ser hijos y hermanos que reciben de Él, la plenitud de su Amor y lo comparten a raudales.
¡Gracias Jesús, por hacer de nosotros una gran familia de hermanos, unidos por un mismo pensar, sentir y aportando todos la Vida que recibimos de Ti! (Hch 2,42,47; 4,32 35).
¡Qué grande es, Jesús, poder amane¬cer en familia! Tú me aseguras en tu Palabra que estás vivo y deseoso de que comprenda la relación tan estrecha que estableces conmigo:
Ojalá, Jesús, que hoy sea el día en que nos entendemos tú y yo. Sólo si dejo que tu Espíritu guíe mi oración podré entrar en esta relación de Amor que me lleva a ser fraterno realizando el mandamiento nuevo.
¿Qué clase de sarmiento soy yo, Je¬sús?, ¿soy un miembro que da Vida a tu cuerpo o más bien vivo desenganchado de Ti, conta¬giando muerte?
Ahora comprendo, Jesús, lo mal que estoy cuando no amo. Al estar vacío por den¬tro de tu Amor, aunque haga mil cosas "por ti" pero sin ti, o aunque cumpla delante de los demás... reconozco que ando muerto en vida y dando muerte a mi alrededor.
¡Cómo me gustaría, Jesús, saber per¬manecer como ese sarmiento limpio que puede dar mucho fruto! Es verdad, Jesús, que separado de Ti no puedo hacer nada. Soy como el sarmiento que se seca ante el fuego de la persecución, la crítica, las dificultades... siendo arrojado fuera de la comunión contigo (Jn 15,5 6). No dejes que me separe de Ti por ningún motivo... necesito aprender a perma¬necer en Ti y en tu Palabra para ser fiel.
Sólo si me mantengo en tu Palabra, seré verdaderamente tu discípulo y andaré en la verdad que me hará libre (Jn 8,31,32). Sólo así, cuando vengan las pruebas recordaré en mi interior tu consejo, y al practicarlo, me mantendré en una felicidad que va mucho más allá del resultado de las situaciones.
Reconozco, Jesús, que vivo desme¬moriado, y por eso, zarandeado y a veces ¡hasta pretendo conseguir todo yo solo con mis fuerzas en vez de compartir las situaciones contigo! Actúo, como dice el poeta, igual que un necio: "¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros! pordiosero, que vienes a pedir a tu propia puerta. Deja todas las car¬gas en las manos de Aquel que puede con todo y nunca mires atrás, nostálgico" (R. Tago¬re).


Y no sólo eso. Tú me aseguras que me conoces (Jn 10,14) y me has destinado a dar un fruto que permanezca por toda la eternidad (Jer 1,4 12). Tú mismo te ofreces como el compañero fiel que me irás capacitando para responderte a cada paso. Te brindas como el ga¬rante de mi fidelidad, si estoy dispuesto a co¬laborar contigo.
Gracias, Jesús, porque en tu Palabra encuentro el querer del Padre sobre mí: estoy llamado a dar mucho fruto y ser así tu discí¬pulo. No es algo que pueda conseguir con mis propias fuerzas, sino que necesito tu ayuda y la de la comunidad.
La experiencia de tu resurrección de Jesús nos introduce en un amor totalmente nuevo al que comúnmente conocemos, nos hace construir toda nuestra existencia en el mandato de Jesús, de amar como él nos ha amado, con un amor que conlleva la entrega de la vida por el que se ama.
Querido Dios: No sabes cuánto me alegra el comprobar que vas siendo alguien tan grande y relevante para mí. Me has amado y has dado la vida por mí, es cierto; y tu amor por mí ha llegado hasta el extremo, pero no ha sido inútil. En mi historia, has irrumpido Tú. ¡Gracias. Infinitas gracias, por haberme salido al paso!. Nada hay más grande para mí, que saberme tan amado por Ti, mi Dios.
María, eres imprescindible en mi vida. Necesito poner en tus manos toda mi libertad, para que Tú, me lleves por los caminos decididos en el diálogo prolongado y fecundo de la oración diaria. Ponle rumbo al Amor-Vida que la Trinidad, me ha regalado: que mi vida es para amar al prójimo.

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