“Han sido unidos al único Esposo, Cristo”

Estamos a punto de terminar el tiempo pascual, con la fiesta de pentecostés; por ello se nos invita a perseverar e intensificar en la oración, ya que sólo un corazón vigilante puede acoger la gracia de Dios que se ofrece a raudales y en cada instante de nuestra vida.

Ayer celebrábamos la fiesta de la ascensión del Señor, en la que Jesús sube a los cielos y se va dejándonos una promesa: “El mismo que han visto partir delante de ustedes volverá”(Hechos 1,11). Yo reparaba en lo fuerte de estas palabras y reconocía que muchas veces vivo como si no las hubiera escuchado, el señor Volverá y hemos de estar preparados para su venida. Ahora mismo mientras recordaba esto le decía al Señor: “Ay que ver Jesús, como muchas veces nos vivimos en lo inmediato de la vida, en nuestras urgencias de cada día en nuestras preocupaciones y olvidamos señor que hemos de vivir la vida aguardando tu venida, tú vas a venir, Señor, y yo reconozco que en la práctica tengo poca conciencia de ello”. Frente esto, escuchaba del señor esta mañana: “levántate, toma tu lámpara y vigila”. Se trata de esperar, como las vírgenes prudentes, de las que nos habla el evangelio de san Mateo, se trata de mantener encendidas nuestras lámparas y procurarnos además una reserva de aceite, para esperar, por si el esposo tarda. Entendía de Dios esta mañana: “procura mantener encendido el amor, la confianza, la fe, la disponibilidad; mantén el corazón despierto, para esperar mi segunda venida, cuyo día y hora sólo la conoce el padre; pero también, para descubrir mis múltiples visitas a lo largo de tu vida; porque estoy visitándote continuamente, mantén encendida tu lámpara, no me dejes pasar de largo, atiéndeme”

Iba entendiendo, en las palabras de nuestro Dios, en que ha de consistir nuestra vida, vivir permanentemente a la escucha de nuestro Dios, de su voluntad, de su necesidad, vivir por él, con él y en él; abiertos a la acción de su espíritu vivirnos en Dios, siempre. Yo esta mañana reconocía que a veces somos cristianos de festividades, que muchas veces vivimos al tiempo; ahora adviento, ahora pascua, ahora pentecostés y nos disponemos para celebrar fiestas y es cierto que las fiestas son necesarias, porque rompen de alguna manera los ciclos rutinarios de la vida; pero más allá de la fiestas está la realidad de que en Dios estamos, nos movemos y existimos (Hechos 17, 28)

Somos pertenencia de Dios, hemos sido comprados a gran precio, como hemos podido experimentar con fuerza en la pascua y orado recientemente, no somos del mundo, hemos sido arrancados de la vida inútil que llevábamos (1Pedro 1,18-19), de tal modo que no podemos retornar a ella, porque sería volver a la muerte y conducir a la muerte a los que por pura misericordia Dios ha hecho depender de nuestra vida, de nuestro seguimiento. Por ello esta mañana me sonaban tan fuerte las palabras de Pablo, en 1 corintios 11, 1-5:

¡Ojalá quisieran tolerar un poco de locura de mi parte! De hecho, ya me toleran. Yo estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura.

Reconocía en estas palabras al apóstol que había dejado grabar en sus entrañas el sentir de Dios, Pablo no busca un mérito personal, en la santidad de aquellos que Dios le ha confiado, quiere que sean felices, que sean libres, que vivan con la dignidad que corresponde a los hijos de Dios, por cuya redención se ha entregado Jesús. Pablo los ha ganado para Cristo y no para sí mismo, veía pues la fidelidad del apóstol, que se reconoce a si mismo solo como un medio, que no se adjudica ningún derecho sobre los discípulos, no se apropia de la obra de Dios; pero al mismo tiempo siente que es su responsabilidad la fidelidad de aquellos que Dios ha puesto en su camino. Yo le pedía al Señor, esta mañana que nos regale la humildad y las entrañas del apóstol, que ha sintonizado con él y que ha sabido amarle en los suyos, al punto de implicar su propia vida en la santificación de los hermanos. Hoy el Señor nos invita a vivirnos por él, con él y en él; pero realizando la misión que nos ha confiado; ser discípulos y misioneros suyos, anunciando con la vida y la palabra la buena noticia, que es Él mismo.

Veía además en las palabras de San Pablo, la invitación a mantenernos despiertos a no acomodarnos, ni sentirnos seguros de nuestra propia santidad, ni la de los hermanos, ya que aunque hemos sido ya rescatados y liberados por Cristo, el tentador busca las ocasiones para hacernos caer y abandonar el camino del Señor, a veces disfrazado de ángel de luz; es decir, en lo que parece ser muy bueno, por ello necesitamos orar y discernir constantemente lo que es de Dios o puede ser engaño del maligno. San Pablo teme por la fidelidad de los suyos, porque los ve débiles inconstantes en la oración, poco fieles a los medios, como muchas veces nos pasa también a nosotros:

“temo que, así como la serpiente, con su astucia, sedujo a Eva, también ustedes se dejen corromper interiormente, apartándose de la sinceridad debida a Cristo. Si alguien viniera a predicarles otro Jesucristo, diferente del que nosotros hemos predicado, o si recibieran un Espíritu distinto del que han recibido, u otro Evangelio diverso del que han aceptado, ¡ciertamente lo tolerarían!

Las palabras de San Pablo son fuertes y parecen un reproche a los suyos, no obstante esta mañana yo las escuchaba como viniendo del “amigo del novio”, como decía Juan el Bautista, como de aquel que ha aprendido a sentir por los suyos, la misma ternura con la que es amado por Dios.

Yo le pedía esta mañana a la Madre, que nos regale, primeramente estar despiertos para atender a las llamadas de Dios, que en este día nos visitará de múltiples modos y por otro lado, que nos enseñe a orar de tal manera que podamos ser padres y madres de los hijos que Dios nos confía.

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