LAS PRIMERAS COMUNIDADES

La Primera Comunidad
Hechos 4, 32-37

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, que leemos de manera privilegiada a lo largo de toda la Pascua, podemos confrontarnos en verdad las comunidades cristianas de todos los tiempos. Como a manera de espejo podemos descubrir que en nuestras comunidades se refleja el proyecto originario de Dios que Dios Padre quiere para los seguidores de su Hijo.
Hoy tenemos un pasaje que se puede considerar como un resumen de lo que era la vida de aquella primera comunidad: prodigios por parte de los apóstoles, reuniones de los creyentes, crecimiento misionero de la comunidad.
Todos estos elementos deberían estar presentes en nuestras comunidades hoy en día, incluso, de manera más evidente. La alegría de escuchar la Palabra de Dios, el deseo de proclamar con labios y con la vida que el Señor está Resucitado. Todo lo anterior configura a una verdadera comunidad creyente.
Descubrir en su Palabra, cómo el seguimiento de Cristo sólo se puede realizar en comunidad y que descubrir los medios más eficaces para vivir este proyecto, en la comunidad, que hemos optado: la comunidad Verbum Dei. Para seguir plenamente a Cristo, que no es un amor en solitario, sino solidario y esto supone relación, porque venimos de un Dios que es comunión Padre, Hijo Y Espíritu Santo, por ello la vida-amor que nos da es a su imagen, es comunitaria, supone la comunión, el dar y recibir.
Solo en comunidad podemos reflejar quien es Dios. La Iglesia, la Eucaristía, proyectan el amor de la Trinidad.
Sólo en comunidad, desde el amor que nos tenemos, puede proclamarse el mensaje de Jesús y madurar y desarrollar con plenitud la fe.
Dios ha querido salvar así al hombre, en comunidad, formando un pueblo (L.G. 9).Es el deseo más profundo de Jesús hacia el cual dirigió toda su vida (Jn 17; Mt 6, 10).
Para ello debemos fijarnos cómo Jesús formó la comunidad, cómo vivían las primeras comunidades y qué les constituía (Hch 2, 42; 4, 32).
Elegidos y unidos en Él, la unidad de la comunidad se basa en la unión de cada uno con Cristo. Creó fraternidades que transmitan y sean testigos del amor de la Trinidad con sus características y permanecían unidos en oración, fracción del pan, todo en común, un solo corazón, alegría, se iban incorporando, a la Escuela de la Palabra de Dios, a las escuelas de formaciones, al apostolado.
Pero a veces ¿Qué nos impide a perseverar en Comunidad? ¿Por qué no dar ese rostro comunitario a nuestra comunidad? Cada uno de nosotros tenemos nuestras limitaciones tanto interiores como exteriores; pero ¿Cómo buscar la raíz de nuestra falta de participación en las actividades de la Comunidad a pesar de que anhelamos para ella lo mejor? Es ser sinceros con nosotros mismos y no engañarnos ni a nosotros mismos, ni a los demás y mucho menos pretender engañrs a Dios. Por eso preguntémonos:
¿No será que en mi escala de prioridades, Dios y por ende la Comunidad, ocupa el último lugar?
¿Pretendo ser comunidad, sin Cristo, hacer cosas sin Él, ni para Él. Dejando la oración y permanente unión con Jesús de lado?
¿O sentimos que solos podemos hacerlo todo sin ayuda de nadie?
Veamos lo que dice San Agustín al respecto, en su libro de Confesiones: “Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Más tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: “Cristo murió por todos. Para los que viven, ya no viven ya para sí, sino para el que murió por ellos” (2Cor 5,15)” Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su “ser-para”. Esto supuso para Agustín una vida totalmente nueva: y su vida cotidiana fue: corregir a los indisciplinados, confortar a los miedosos, guardarse de los chismoso, pleitistas, que todo ven mal, de lo que hacen otros y en la comunidad, sostener a los débiles cuando creen que no pueden dar una predicación, que no son capaces de nada, que no saben valorarse, ni descubrir los dones y dotes que Dios le ha regalado, ayudar a los pobres, mostrar aprobación por los buenos, tolerar a los malos y amar a todos.
“Es el evangelio lo que me asusta”, ese temor saludable que nos impide a vivir para nosotros mismos y nos impulsa a vivir en comunidad.
Pidamos a María que a través de su SI, nos ayude a que Jesús viva en medio y con nosotros, y como Ella, fortalezcamos a su Iglesia (Hch 1, 14). Junto a ella debemos empezar a seguir a Cristo y seguirle en comunidad.

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