Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor
Esta mañana, al empezar la oración le pedía al Señor: “Enséñame a orar, enséñame a escuchar y reconocer tu voz, tu voluntad”. Esta súplica se me hacia una necesidad muy fuerte, porque no me resultaba fácil serenar el corazón, para escucharle en medio del ruido, de las responsabilidades y compromisos propios de encontrarnos al final del semestre. Ayer hablaba con una joven que me decía: “diciembre vuela y hay tanto que hacer, que la verdad que uno se aloca, el tiempo no alcanza para nada”. Este es un síndrome que se repite cada año, pero le pedía al Señor que la realidad de nuestro medio no nos impida ver toda la gracia que está derramando para nosotros y que solo los que se mantienen en vigilia, como se nos invitaba en esta primera semana de adviento, pueden advertir. Reconozco este tiempo como una bendición del Señor, como la llamada a despertar, a poner al fuego vivo nuestra fe, nuestra confianza en su amor y en sus promesas; pero encontraba también, de parte del señor, la llamada ...