Predica la Palabra
Esta mañana, el Espíritu me regalaba la conciencia de lo grande que es el poder orar, el que todo un Dios se abaje a nosotros que somos sus criaturas y se disponga a hacernos el bien, me recordaba el Señor, al empezar este día, la cita de segunda de crónicas 7,15-16:
“Ahora estarán abiertos mis ojos, y atentos mis oídos, a la oración en este lugar; porque ahora he elegido y santificado esta casa, para que esté en ella mi nombre para siempre; y mis ojos y mi corazón estarán ahí para siempre.”
En verdad, me llenaba de alegría el poder reconocer que si somos capaces de orar es por gracia del Señor y más aún, si somos escuchados y atendidos, si nuestras palabras encuentran un corazón en el cual volcarse, es por opción del nuestro Dios, que ha hecho de nuestra humanidad, frágil como es, su templo y ha querido atender constantemente a nuestra necesidad. La oración es una gracia que cada día necesitamos agradecer y defender, porque ésta, está muchas veces amenazada por nuestras urgencias y responsabilidades o condicionada por nuestros sentimientos, que muchas veces nos impiden reconocer al Dios que está a la espera de mi corazón, a la espera de mi vida y hacen que nos quedemos enredados en nosotros mismos, faltos de fe para dar con la mirada de Dios y escuchar si llamada en los hermanos.
Porque esto último es una realidad, esta mañana, le suplicaba al Señor que, por su espíritu me enseñe a orar y me de la gracia de optar por este tiempo de oración, por este tiempo de vida; a optar por estar en la presencia de Dios, como Él ha optado por estar ante nuestras vidas, dispuesto a bendecirnos.
Ayer, en la Eucaristía, me hacia consciente de que estamos a escasas dos semanas de terminar nuestro año Litúrgico y de empezar un tiempo nuevo, el adviento, estamos ya en la quincena del penúltimo mes del año y a partir de estas fechas los ritmos suelen ser más intensos, en el estudio, el trabajo, etc. y corremos el riesgo de vivir llevados por este ritmo, dialogando poco los pasos que vamos a dar cada día. Por ello, reconocía que éste es un tiempo para afianzar nuestra voluntad de comunión con Dios e intensificar los medios que nos ayudan a permanecer unidos a Él.
Le pedía al Señor la gracia de partir de Él, de lo que espera de mi vida y me invitaba a dialogar las palabras que nos dirige a través del apóstol Pablo, en 2Timoteo 4,2-5, propuesta para este día:
“Te ruego encarecidamente, delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra”.
Esta semana, como comunidad, venimos orando la llamada del Señor, a concretar nuestro amor en el dar la palabra, realizando el carisma que nos ha confiado como Verbum Dei, Palabra de Dios. Me calaban hondo las palabras de Pablo, más bien su súplica: te ruego por el Señor que prediques la palabra y entendía en ésta que el Señor me decía: para predicar la Ppalabra, primeramente, haz de vivir de ella, por ello es vital tu diálogo conmigo, para predicar la Palabra haz de creer primero en ella, en la fuerza para salvar que ella tiene y esto te supone hacer cada día una experiencia nueva de que es así. Solo al experimentar la Palabra, su acción en tu propia vida, solo experimentando mi gracia que actúa y salva en la Palabra, se prenderá en ti la urgencia por darla a los hermanos, que están esperando la Vida. Solo la fe en la Palabra nos ayudará a ser perseverantes en el anuncio de la buena nueva, como nos lo pide el apóstol:
“Insiste a tiempo y fuera de tiempo; rebate, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”.
Yo encontraba la necesidad de pedirle al Señor, que avive en mí interior el fuego misionero, que me haga experimentar su urgencia, para ver en cada situación y lugar, un campo de misión; para ver en cada hermano su necesidad de Dios y procure con todas mis fuerzas que mi hermano pueda abrirse a su amor y gracia.
La Palabra me recordaba que engendrar la palabra en el corazón de los hermanos no es tarea fácil, ya que nuestro mundo les ofrece un montón de recursos para evadirse, para “llenar la vida”. En nuestro ambiente circulan un sin número de mensajes que seducen a los hermanos y que hacen que la Palabra de Dios no resulte atractiva, sino más bien una amenaza para sus ansias de vivir conforme al mundo, de allí que no pocas veces cierren su corazón y vendan la Verdad, por lo que a la larga va a destruir sus vidas. De esta situación ya nos advertía Pablo:
“vendrá tiempo cuando no acogerán la sana doctrina, sino que se buscarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, hábiles para captar su atención y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”.
Aunque lo anterior sea una realidad, el Señor me invitaba a tener fe, porque la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no pueden vencerla. La verdad de Dios está latente en nuestro mundo, es el evangelio vivido por Jesús, es Dios mismo; pero al mismo tiempo experimentaba, de parte e Dios, la llamada a encarnar en nuestra vida la Verdad, de tal modo que la fuerza de nuestro testimonio pueda atraer y convencer a los hermanos, porque el mundo se ha saturado de palabras y es más, ya casi no cree en ellas; por eso hacen falta vidas que vivan con autenticidad y radicalidad el evangelio de Jesús. La invitación de nuestro Dios, a través de Pablo es a perseverar, conscientes de que nuestra misión no es tarea fácil, pero que la podremos vivir sostenidos en aquel que nos conforta. Filipenses 4,13
“tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.”
Que María, nuestra madre nos ayude a poder responder a la llamada personal que el Señor nos hace.
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