Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor

Esta mañana, al empezar la oración le pedía al Señor: “Enséñame a orar, enséñame a escuchar y reconocer tu voz, tu voluntad”. Esta súplica se me hacia una necesidad muy fuerte, porque no me resultaba fácil serenar el corazón, para escucharle en medio del ruido, de las responsabilidades y compromisos propios de encontrarnos al final del semestre. Ayer hablaba con una joven que me decía: “diciembre vuela y hay tanto que hacer, que la verdad que uno se aloca, el tiempo no alcanza para nada”. Este es un síndrome que se repite cada año, pero le pedía al Señor que la realidad de nuestro medio no nos impida ver toda la gracia que está derramando para nosotros y que solo los que se mantienen en vigilia, como se nos invitaba en esta primera semana de adviento, pueden advertir.

Reconozco este tiempo como una bendición del Señor, como la llamada a despertar, a poner al fuego vivo nuestra fe, nuestra confianza en su amor y en sus promesas; pero encontraba también, de parte del señor, la llamada a reavivar la fe en la humanidad y en nosotros mismos, ya que, muchas veces la realidad de nuestro mundo, del que tenemos cerca, nos inquieta y como el evangelista nos hace preguntarnos:

“Cuando venga el hijo del hombre, ¿encontrará fe en nuestra tierra?” Lc.18, 8 y a esta palabra podríamos añadirle, encontrará fraternidad, verdad, respeto por la vida y la dignidad del otro, solidaridad, compromiso o, por otro lado, encontrará esperanza en los corazones, fidelidad a la vocación cristiana, alegría, humildad, paz, etc. Me venía esto porque muchas veces las experiencias cotidianas, la forma de proceder de los demás, la realidad de nuestro mundo nos desalientan; pero el Señor en este tiempo nos dice:

"Levanta y brilla porque ha llegado tu luz, reconoce que estoy en medio del pueblo que estoy sosteniendo el mundo y que mi brazo no se ha hecho corto para salvarlos, para salvarte a ti, que hay esperanza para su futuro". Isaías, 60,1; Jeremías 31,17; Isaías 59,1

El Señor nos llama a confiar en que él es fiel y que por su amor, el reino está seguro, la justicia, la paz, la verdad, no es sólo que se restablecerán, sino que están vivas en nuestro mundo, aunque la realidad nos haga prensar lo contrario, nos dice la palabra de hoy, en Isaías 2, 1-5

“Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.”


Le preguntaba al Señor, ¿Que es tu monte?, lo primero que me venía era que Dios me hablaba de la iglesia, esta casa que viene siendo zarandeada por distintas realidades; luego me parecía entender de parte de Dios, que aunque esto último es cierto, reducir su casa a la iglesia es muy poco, porque él vino al mundo y santifico al hombre, su historia y la tierra en la que habita, todo el mundo es la casa de Dios, ciertamente esto es verdad; pero me resultaba muy fuerte escuchar del Señor, tú y cada hermano son el monte de la casa del Señor, el lugar de mi morada, esto último tenía para mí una consonancia especial, después de la experiencia de compartir con los jóvenes de la confirma de la UNI, para quienes esta realidad se ha hecho la clave de su alegría. Nosotros somos el monte de la casa del Señor y Él nos promete que nos mantendremos firmes, a pesar de todo cuanto pueda ser desestabilizador en nuestra vida, nuestra firmeza está garantizada en la fidelidad de Dios, es Él quien nos sostiene, lo cierto es que sin afirmarnos en él, nunca seremos verdaderamente firmes. Cuando experimentamos que todas nuestras demás seguridades se derrumban es la oportunidad para permitirle al Señor ser la Roca de nuestra vida. Salmo 18.

Si nosotros somos la casa de Dios, El nos habla de que somos, también, el lugar de encuentro de Dios con cada uno de los hermanos:

“Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos”.

Qué fuerte se me hacia reconocer, una vez más, que somos los embajadores de Dios, que nuestra vida y palabra son puentes para acercar a nuestros hermanos a Dios, no sólo cuando les damos un retiro o tenemos la gracia de poder hablarles de Dios, sino también en la forma en la que nos ven vivir las situaciones difíciles, cuando somos capaces de responder al mal con bien, cuando en medio de la prueba no nos roban la paz, allí Dios resulta más evidente en nuestra vida y somos un signo más claro de su presencia. Entonces los hermanos buscan acercarse al Dios que es nuestra fuerza:

Dirán:

«Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”


En este tiempo de adviento el Señor nos invita a reavivar la esperanza en que, la realidad de nuestro mundo puede ser distinta y que lo será por la fuerza de su amor. A veces yo descubría que nuestra búsqueda de realismo nos lleva a recortar las promesas de Dios, a limitarla a pequeños proporciones cuando, por ejemplo pensamos que ciertas realidades las viviremos algunos cuantos, sin embargo la Palabra no miente y nos invita a esperar, con una espera activa, una realidad nueva:

“De Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.» Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.”


El Señor, lo que quiere lo hace, en el cielo y en la tierra, así dice la Palabra y la Palabra es verdadera, pidamos a nuestra madre que aumente nuestra fe, para disponernos a trabajar, hoy por el Reino, sabiendo que Dios mismo lo está haciendo surgir en medio de nosotros.

Finalmente escuchemos a la madre que nos dice:

Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor”.



Hna Pilar.

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