¿Cuándo venga el hijo del hombre encontrará
fe en la tierra?
Lucas 18,1-8
Y el Señor dijo: «¿Se han fijado en las palabras de este juez
malo? ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos si claman a él día
y noche, mientras él deja que esperen? Yo les aseguro que les hará
justicia, y lo hará pronto. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará
fe sobre la tierra?». (Lucas 18,6-8)
Señor Jesús, enséñame
a hacer esta pregunta todos los días ¿Cuando vengas me encontrarás con fe? y
como consecuencia de ello, que renueve
mi fe, porque tú nos has llamado a ser sal de la tierra, luz que no debe dejar
de brillar por nuestra fe, que esta fe se manifieste desde el corazón y
continuamente, tú nos llamas a ir creciendo, cada vez a más hasta llegar a ser
lo que tú soñaste para nosotros.
Porque si la sal se vuelve sosa y la luz permanece oculta
(Mt 5,13-166) es que no caminamos según
tus criterios, entonces danos sed como la samaritana, de volver al pozo para
escuchar tu voz que nos dice: el que beba del agua que yo le daré nunca volverá
a tener sed. Y decirte como la samaritana: ¡Señor, dame de esa agua! Necesito
creer que tú, eres el Dios vivo, el que calma y colma nuestros más profundos deseos
de seguir creyendo que eres el Padre bueno, amoroso que acoge mi vida con
profunda ternura y aunque esté como esté, sigues creyendo en ella porque lo que
tú das es irrevocable.
Y nos sigues llamando a creerte, porque tú eres eterno, tu
Palabra Pan de vida no perecerá, y que nos sigue alimentando con la misma
fuerza con la que pronunciaste sobre
nuestro nombre. Por ello afiancemos nuestra fe: escuchando, asimilando y
viviendo la Palabra de Dios.
Lo importante es el testimonio de nuestra fe que demos, en
la medida que somos capaces de ceder el paso, abrirnos al corazón, pensamiento
del otro, sin alterarnos porque no hacen nuestra voluntad; siendo lentos a la
cólera y ejerciendo nuestro autocontrol, cuando hacemos las pequeñas cosas de
la casa, o donde estemos, como: lavar platos, la ropa, limpiar la casa, cocinar
asumir con alegría esas pequeñas responsabilidades que nos sacan de nosotros
mismos, y nos ponemos al servicio de los demás sin pedir nada a cambio.
Propagamos
nuestra fe, cuando somos capaces de sacrificar aquella distracción, aquella
preferencia, aquel gusto, incluso hasta aquel derecho, por el bien de nuestro
prójimo, por agradarle, por hacerle sentir cómodo, a gusto. Cuando no estamos
buscando los primeros lugares, ni la distinción. Cuando nos esforzamos y aun
somos capaces de sacrificarnos por otros, incluso siendo estos desconocidos.
Porque es más fácil sacrificarse por alguien del que después recibiremos
reconocimiento, eso lo hace cualquiera, hasta el Juez de la parábola, pero
¿cuántos seremos capaces de sacrificarnos por un desconocido, por alguien que
posiblemente no veamos más?
Eso nos hace un hombre o una mujer de fe, que espera y busca, y está más allá de las
limitaciones humanas, es la Justicia Divina. ¿Cómo es que aliviaste el dolor y
sufrimiento de tus hermanos? ¿Qué hiciste con todos los dones que puse en tus
manos? ¿Fuiste portador de esperanza, paz y amor? De lo único que se nos va a
juzgar es: Si pasé la vida amando
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