“…Les explicó las escrituras” (Lc 24,25-27)
Este día es importante iniciar la oración sabiendo que estamos con quien sabemos que nos ama. Toda la intención del Señor es para preparar nuestra mente, corazón y fuerzas para escucharle. No es fácil escuchar a Jesús, requiere de toda una disposición, de actitudes por parte nuestra, pero que se van dando en la medida que Jesús Resucitado va teniendo con nosotros detalles, gestos, actitudes, palabras que nos vayan tocando la mente, el corazón y la voluntad.
Es una semana para dejar que el Amor nos ame como somos, como estamos. Dice el amado a la amada en el Cantar de los cantares 3,5: “Hijas de Jerusalén, yo les ruego, por las gacelas y las cabras del campo, que no despierten y no se despierte el Amor hasta cuando ella quiera”. ¡No despierten a mi amada hasta que ella quiera…!
¡Hasta donde llega el amor! Hasta darnos ese tiempo, ese espacio, necesario para cada uno, el que cada uno necesite para conquistar el corazón, porque requiere de todo un proceso interno, para disponernos como cada uno necesitamos.
Ante este Amor de Cristo Resucitado ¿Qué diremos? Nos sale decir lo del salmo 139: “Señor tú me sondeas y me conoces, conoces cuando me siento y me levanto, de lejos penetras mis pensamientos, conduces mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares”.
Es importante sentirse conocido para ser como se es y no aparentar estar con Jesús como cuando estamos con los demás, es necesario quitar la apariencia que es a veces como ese velo transparente, delgado, pero que impide estar cara a cara con Jesús. Es el velo con el que estamos ante los demás, ese velo también es la falsa imagen que tenemos de nosotros mismos y que queremos aparentar ser lo que no somos o estar como no estamos.
Para llegar a que Jesús nos explique las escrituras, la Palabra es vital, haber compartido con Jesús todo lo que llevamos en nuestra mente y en nuestros interior, hasta experimentar satisfacción de habernos expresado totalmente, sin guardarnos nada para poder tener experiencia de que somos totalmente escuchados por Jesús. No temamos mostrarnos como somos, como estamos, Jesús es nuestro amigo y nuestro Amor, en él podemos confiar. Si todavía no tenemos el corazón abierto, hoy es el día propicio.
Por eso, Jesús nos pregunta ¿Cómo estás conmigo? Porque yo quiero iluminar tu pensar, tu sentir, tu actuar, tus actitudes de rebeldía, inconformidad, por desconocimiento de mi Palabra. En efecto, mi Palabra es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, las articulaciones y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y los pensamientos más íntimos. No hay criatura a la que su luz no pueda penetrar; todo queda desnudo y al descubierto a los ojos de aquél al que te ama. (Heb 4,12)
Todo este tiempo post-pascual es propicio para dedicarme a mis discípulos, donde yo me invierto por cada uno, los busco hasta donde están existencialmente. También es un tiempo de reconocer la paciencia de Dios, es muy grande, es nuestra salvación. Y es que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos (Jn 15,13). La paciencia de Jesús tiene otro matiz, se expresa para con nosotros explicándonos las escrituras (Lc 24,25-27).
Jesús no se queda enredado y lo que le compartimos, ni analizando por qué pasó eso, si hicimos o no, si dijimos o no, etc. Tampoco en una introspección minuciosa, lo que llevamos cada uno que es carga y nos agobia no es lo de fuera, sino lo de dentro, aunque nos quejamos de lo de fuera, el malestar es interno y eso nos pone amargos, mal murados, pero Jesús da un paso con su paciencia, al explicarnos la Palabra y es a llevarnos a la objetividad de la fe.
Por eso nos dice: ¡Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo anunciado por los profetas! ¡Por qué nos dirá: qué poco entienden ustedes! Señor no nos dejes pasar de largo ante tus palabras. ¿Por qué no entendemos? ¿Por qué nos cuesta comprender que nada nos puede separar de tu amor? ¿Qué es lo que no entendemos?
Hablemos con él de lo que pensamos, sentimos, de todo eso que a veces creemos que saldrá y no salen las cosas como pensamos, de lo que se nos ha caído y decepcionado. Para que él nos diga: ¿No era necesario que el Cristo padeciera para entrar en su gloria? ¿No era necesario ese padecimiento que pasaste o estás viviendo para ser más humilde, para que se te caiga lo que se tiene que caer y quede lo que permanece para siempre? ¿No era necesario ese conflicto o acontecimiento que te ha dejado quizás en el suelo para que entraras en la gloria que te quiero participar de propiciar que se te caiga tu apariencia, tu falsa imagen: tuya o de los demás, tus proyectos montados, para que sea yo tu cimiento, el cimiento de tu proyecto, tu verdadera imagen?
Dejemos que él nos diga todo lo que es necesario padecer para entrar en la gloria y que como fruto reconozcamos que nuestro corazón arde.
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