“Nadie conoce lo propio de Dios si no es el Espíritu de Dios.”

“Nadie conoce lo propio de Dios si no es el Espíritu de Dios.”



Me ayudaba empezar este rato con una oración que a lo largo de los días se ha ido constituyendo una certeza para mí y por lo que tengo que agradecer mucho al Señor:
Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.
No lo veo, pero está. Si voy ligero,
él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero

Esta es la realidad más grande de nuestra vida, hagamos lo que hagamos, vivamos lo que vivamos, Dios ha decidido recorrer nuestro camino, ha prometido estar con nosotros todos los días y es fiel a su promesa, nos demos cuenta o no. Sin embargo, tenemos que agradecer al señor que a nosotros nos va dando la gracia de poder hacer experiencia de su compañía y su ayuda. Dios se ha hecho amigo, compañero y por su espíritu, se ha hecho abogado y consejero de nuestra vida.

Yo le decía esta mañana al Señor: “que sería de mi vida si no te tuviera, si fueras tú mi fuerza y mi confianza”. Hay momentos en los que uno se hace más consciente y esta semana tuve la oportunidad de experimentarlo. Me tocó vivir una situación frente a la cual tenía verdadero temor y mientras me dirigía al lugar en el que tenia que vivir aquello, me iba llenando de inseguridad y hasta de tristeza, de pronto la voz del espíritu me dijo, súbete a la roca más alta y mira desde allí lo que te espera, le pregunté ¿Cuál es esa roca mi Señor y puso en mi mente una palabra suya, Habacuc 3 el señor me llevo a la palabra, tenía la biblia conmigo y el señor me dijo, busca la palabra que para ti ha sido roca y me dirigí a Habacuc 3, 17-19, tenía la palabra conmigo y sentí que las fuerzas volvían a mí, mientras leía estas palabras, que tantas veces han sido mi acicate:

“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimento. Aunque las ovejas sean quitadas del redil y no haya vacas en los establos, con todo yo me alegraré en mi Señor y me regocijaré en el Dios de mi salvación. Yahvé, el Señor es mi fortaleza, el me da piernas de gacela y hace caminar por las alturas.”
Tras leer la palabra, no una, varias veces, le agradecía mucho al Señor porque la verdad más grande de mi vida es Él y lo único seguro que tengo, todo lo podré perder; pero a Él jamás. Yo reconocía, como el Espíritu está siempre dispuesto a alentar nuestro corazón, a animarnos, consolarnos, en pocas palabras a devolvernos la fe , que necesitamos para vivir. Nuevamente reconocía que para vivir de Dios sólo necesitamos ser sencillos, dejar que sea El, quien lleve nuestra vida, Él sabe lo que nos conviene y sólo espera de nuestra docilidad para conducirnos, por donde necesitamos ir.

Por ello como cada día hemos de decirle hoy: “habla señor que tu amigo escucha, le decía hoy: “habla que tu amiga, que tu sierva escucha, porque quiero servirte en este día en medio de mis torpezas, pero con todo el amor del que soy capaz, Señor, por ello concédeme la gracia de escucharte” y que bonita se me hacia la palabra que hoy nos propone para dialogar, en 1Corintios 2,9-16

“Cosas que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”

En verdad, es el señor quien capacita a nuestro corazón para poder entrar en la grandeza de su palabra. Si algo podemos entender de Dios es por el don de su espíritu, es Él, quien nos posibilita hacer experiencia de su amor y bondad por medio de la palabra, y es que no hay inteligencia capaz de darse a sí, una experiencia tan profunda, capaz de transformar la propia vida e incluso las situaciones más adversas, al contemplarlas desde la luz de la fe, es Dios, quien nos regala la gracia de conocerle y conocernos, por puro amor suyo e incluso, si somos capaces de amarle es porque Él nos ha amado primero.

Todo esto nos lo ha revelado el señor a nosotros por medio de su espíritu, ya que, como dice la palabra:

“el Espíritu lo explora todo, incluso las profundidades de Dios. ¿Quién conoce lo propio del hombre sino el espíritu humano dentro de él? Del mismo modo nadie conoce lo propio de Dios si no es el Espíritu de Dios.”
Se me hacía tan bonita la imagen; tenemos en nosotros al espíritu de Dios, que nos declara lo que Dios siente por nosotros, Dios nos ama, pero con un amor que nos promociona, por ello, a veces lo que entendemos que Dios piensa para nosotros nos desestabiliza, nos desafía y a veces, por que no decirlo nos exige. Dios mira en cada uno de nosotros la imagen de Jesús, por ello no consiente que nos quedemos en la mediocridad, con una vida fofa y nos lanza a amar, a salir de nuestros miedos, a abandonar nuestras justificaciones; pero todo ello es posible si nos acercamos a escucharle, si nos dejamos hablar por él, que sea el consejero de nuestra vida, él nos instruye en el camino de la vida, pero necesita de corazones abiertos, que no le teman a su verdad, ya que ella es siempre buena para nosotros, por más que,, a veces, lo que nos toca vivir nos haga pensar lo contrario.

Nosotros hemos recibido el espíritu del padre, el espíritu de Jesús y por ello podemos entrar en su voluntad:

“Nosotros hemos recibido no el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios, que nos hace comprender los dones que Dios nos ha dado.”
Esta mañana el Señor me recordaba: no se enciende una lámpara para esconderla debajo de un cajón, sino que se la pone en alto, para que alumbre a toda la casa. Con estas palabras entendía que el Señor nos instruye para poder instruir a otros, para poder ser consejeros, ser luz, en medio de numerosos hermanos que esperan ver puntos de referencia para seguir, que esperan encontrar hombres y mujeres de una fe autentica, que testimonien con su vida y palabra que Dios está vivo y sigue hablando y amando a los hombre, que Dios no ha desistido de que el hombre realice el proyecto de felicidad, que le ha confiado desde siempre. Nuestros hermanos esperan de palabras que hablen con autoridad, aquella que solo puede ser fruto de una vida coherente, de una vida en relación con Dios, porque de ello se trata, como lo dice san Pablo:

“Exponemos esto no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino enseñadas por el Espíritu, explicando las cosas espirituales en términos espirituales.”

Tras lo que nos va diciendo el Señor se nos hace clara una cosa, necesitamos nacer de los alto, nacer del agua y del espíritu, nuevamente en este día, tenemos que pedírselo con mucha fe, ya que esto no es cosa de hombre, sino de Dios, para el cual nada hay imposible:

“El hombre meramente natural no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues le parece locura; y tampoco puede entenderlo, porque sólo se discierne espiritualmente. ]En cambio el hombre espiritual lo discierne todo y no se somete a discernimiento ajeno. ¿Quién conoce la mente del Señor para darle lecciones? Pero nosotros poseemos la mentalidad del Mesías.”

Realmente lo que Dios nos propone es muy grande, pero no es superior a nuestras fuerzas, si lo fuera no nos lo pediría, lo que necesitamos es fiarnos de la bondad de Dios, de que él es fiel y que nadie que confío en Él quedó defraudado, esa fue la experiencia constante de nuestra madre María; por ello yo encontraba la necesidad de pedirle a ella que nos preste su fe y nos haga abandonarnos nuevamente en las manos del Padre, para disponernos a hacer su voluntad en este día.
Nadie conoce lo propio de Dios si no es el Espíritu de Dios.”

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