Feliz porque has creído.

Lucas 1,39-45 La oración de cada día, el esfuerzo por buscarte cada mañana para que nos enseñes a vivir en todo momento es el primer acto de confianza. Es poner en marcha fe... dirigirnos al Padre y reconocernos como hijos. Es confiar en que Dios está ahí, esperándonos, y que Él es la garantía de que mi vida, mi entrega, mi donación no son en vano. “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11,1).
Espíritu Santo, Señor de mi vida... tú eres la prueba de aquello que no veo, tú sostienes mi oración, mi vida, mi opción por la evangelización. ¡Enséñanos a orar como conviene...! (Rm 8,26).
La fe es regalo de Dios. ¿Cómo olvidar esto al empezar la oración cada día? No hay progreso en la oración sin el salto constante a la fe, y por eso he de empezar cada día encendiendo su luz. “La fe lo ilumina todo con una nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre” (G.E. 11).
Es por esto que el acto de fe, de confianza, significa abrirme al plan de Dios sobre mi vida con entera disponibilidad cada día, ser constante en hacer la voluntad de Dios.
A mi esta semana reflexionar sobre mi fe, la fe de mis padres y que Dios nos lo ha regalado me lleva sin duda, a hacer perseverante; es verdad que la fe es un regalo que nos da Dios como un acto natural de creer en Él, pero esa fe, tiene que ser alimentada cada día, poner medios: La oración diaria, participar en la Escuela de la Palabra y de formación; participar en la Sagrada Eucaristía, por experiencia digo que ser fieles a esas cosas mínimamente, para que Dios cumpla su promesa en nosotros, es necesario que sean constantes en hacer la voluntad de Dios, para que consigan su promesa.(Hebreos 10, 36)
Eso es María, su SI constante a la voluntad de Dios, aún en medio de las dificultades y debilidades en nosotros y en nuestros hermanos, Mi justo si cree vivirá, pero si desconfía ya no lo miraré con amor (Hechos 10, 37)
La fe me abre siempre a nuevos horizontes. Señor desde muy temprano me diriges así tus palabras y calientas mi corazón; quieres que confíe totalmente en tus promesas, que me abandone a tu voluntad: “Ensancha el espacio de tu tienda, tus clavijas asegura, no te detengas... pues a derecha e izquierda te extenderás, tu prole heredará naciones...” (Is 54,2-3). Me confías personas, pones ante mí, situaciones, me abres campo para que siembre tu Palabra.
Pasar del temor a la confianza es pasar de la oración a la vida. En la oración recibo la luz en el entendimiento y la gracia de querer ser fiel al Señor en sus planes... pero es en la vida donde he de lanzarme a la misión, levantar los ojos y descubrir la mirada de Jesús, y junto con Él ver los campos que ya blanquean para la siega (Jn 4,35). Pero este paso sólo nace de una oración bien hecha, una oración como conviene:
1. Acto de fe, empezando así el diálogo con el Señor.
2. Leer su Palabra atentamente.
3. Meditar, razonar, para entender lo que el Señor me quiere decir.
4. Dialogar afectuosamente con Él hasta creerle y confiarme, decidido a hacer su voluntad.
Examen de la oración: ¿Vivo una relación de confianza con los que me rodean, o por el contrario, vivo con temor, es decir, más bien con reservas, encerrado en mi mundo? ¿Busco evangelizar a todo el mundo, aunque sea con mis gestos, teniendo la intención de llegar al corazón de todos?

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