La fe lleva a la predicación de la Palabra

2 Corintios 4,1-15
El Señor, por su bondad para conmigo, me ha considerado digno de confianza para ser su Apóstol (1Tm 1,12). Me ha considerado fiel, capaz de instruir y de formar a otros (2Tm 2,2).
¿Fiel? Sólo El es fiel. Pero por su amor, me ha llamado y se ha comprometido conmigo, aunque sabe bien que le fallo cada día. Y está ilusionado, muy convencido de que me hará llegar a ser su Apóstol (Mc 1,12).
Me hace partícipe de su misión de sanar los corazones destrozados, de devolver la libertad a los oprimidos (Lc 4,18). Más aún, de resucitar a los muertos dándoles la vida (Jn 5,21). Me llama a llevarles de la muerte a la vida (1Jn 3,14).
Me llama a hacer con mis hermanos lo que El hace conmigo: Id y haced discípulos, bautizándoles, santificándoles, enseñándoles a vivir como yo os he enseñado (Mt 28,19-20).
A mí que, como Pablo, no soy demasiado de fiar -pecador, blasfemo, perseguidor...- me ha tratado con misericordia. Ha volcado en mí su generosidad, y me ha llenado de fe y de amor. Así, del mismo modo que Él me trata a mí, puedo yo tratar a mis hermanos.
¿Me doy cuenta de lo que tú intentas, Señor, y me pongo en camino? ¿Disfruto por lo que haces y te lo agradezco?
El Señor me ha llamado a formar discípulos que le sigan, que le reproduzcan, en su vida y en su misión de dar Vida a otros.
Los que me confía no es que sean ya amigos de Dios y que tengan una vida limpia. Más bien son personas que están en situaciones muy duras, que internamente les rompen. Lo que se me pide es que les ayude a salir de esa situación de esclavitud, a un espacio abierto, de libertad y de vida, a un terreno de reconciliación y de amistad con Dios (1Co 6,9-11). No se trata de ahorrarles la conflictividad de la vida sino ayudar a que, en medio de esa conflictividad, vivan con el Espíritu de Dios (Jn 17,15).
He de acompañarles en un proceso de transformación para que, en lugar de vivir acomodados a los criterios del mundo, renueven su mente según la forma de pensar de Dios (Rm 12,1-33; Is 55,8-9). Y que lleguen a sentir según siente Cristo (Fp 2,3-5; Mc 6,34) para que puedan vivir como El.
Ayudarles a hacer ese camino me supone cuidar mucho una vida de escucha a Dios, no sólo durante el tiempo de la oración, sino a lo largo de todo el día. Necesito una vida vivida a profundidad, en la convivencia a solas con Él, en lo más hondo de mi mismo, ahí donde escucho y obedezco a su voz, para ayudar a mis hermanos a vivir también así.
María Madre de la Palabra enséñame a disfrutar de llevar la Palabra con mi Vida, mis gestos, mi misión como Jesús.

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