Pautas Lunes
Las fuentes de espiritualidad del carisma
Levítico 25, 17-17, Hechos 5,4
El carisma Verbum Dei es un carisma para todo el pueblo de Dios, que desde situaciones y condiciones diversas pueden orar, asimilar, vivir y anunciar la Palabra de Dios y se nutre en la integración o complementariedad de lo que llamamos las fuentes de nuestra espiritualidad: la Inhabitación de la Santísima Trinidad, la Santísima Eucaristía, María, Madre de Cristo y de la Iglesia y el Cuerpo místico. Lo más importante y primordial es vivir la experiencia del carisma fundacional, tal como siempre nos lo transmite Jaime, es la intensidad absoluta de vivencia de cada fuente y de cada uno de los elementos esenciales del carisma.
Si le oímos predicar de la Trinidad se le ve acaparado por la presencia trinitaria, inmerso dentro de la vida intratrinitaria como “pez en el agua”, sus compañeros de viaje “que no pagan billetes y siempre le acompañan”; por eso brota en él un deseo constante de dar a conocer y poner a todos en contacto con este manantial inagotable de vida eterna que cada hijo de Dios, aunque a veces lo ignore.
Si se trata de la Eucaristía ahí, al pie del sagrario, nació su vocación misionera oyendo y recibiendo de Cristo Eucaristía precisamente la llamada a la misión: “ya ves, no tengo manos, boca, pies… ¿me prestas tu boca para anunciar mi Palabra y tus pies para ir hasta los confines de la tierra, tu humanidad para ser mi humanidad de recambio? … ser espiga, ser racimo, ser hostia de amor, ser comunión y ser el cordero que corre al degüello tras el pecador…”.
Pero si le oímos hablar del Cuerpo místico se recibe un impacto igualmente fuertísimo de su vivencia del Cristo total, Cabeza y miembros, y de su experiencia a los 14 años frente al crucifijo, catapulta de lo que él cuenta como “su conversión”. Mirando a Jesús tan destrozado en la cruz le preguntó: “Jesús ¿qué te ha pasado?” … “has pasado tú y me dejaste así…”, le respondió. Y en diálogo con el “Cristo leproso”, que con los ojos de la fe descubría en el crucifijo, recibió el impulso vital e ineludible para consagrar su vida a predicar la Palabra, “¿Por qué Jesús estás leproso en tantos hombres, cuál es la causa de la lepra?”. Se fue a leproserías por el mundo y se informó, “la causa es la desnutrición, el hambre”… “y ¿por qué?”… “Por tanto egoísmo humano, por ausencia de amor en el mundo”.
Después de esta experiencia de Cuerpo místico decidió consagrar su vida por completo y exclusivamente a predicar la Palabra, para transmitir sin descanso el amor al mundo que es la medicina que cura, la transfusión en vena que salva al Cristo agonizante en todos nuestros hermanos. Esta vivencia es muy importante en la vida de Jaime como apóstol, saberse médico de cabecera pendiente del latido de su Cristo herido y enfermo y por eso, como San Pablo, incansable predicador de la Palabra de Dios.
Y ¿qué decir de su experiencia de María?. En sus manos, nada más percibir la llamada, fue corriendo al santuario de su pueblo y depositó en ella el don de su vocación. Desde aquél día, con ella en su vida, reprodujo el FIAT a cada paso encarnando la Palabra a semejanza de la esclava del Señor. No hay palabras para expresar su profundo amor a María; su misión la vive como participación de la maternidad y fecundidad de María, la mamá tan querida, como Juan al pie de la cruz la acogió en su casa, en su vida, para ser “causa de su alegría” engendrando como ella, en el calvario de ayer, hoy y siempre cada vez más, a Cristo en muchos por generaciones.
En el libro de Levítico leemos: 15 Al comprar, tendrás en cuenta el número de años transcurridos desde el jubileo; y al vender, tu compatriota tendrá en cuenta el número de los años productivos: 16 cuanto mayor sea el número de años, mayor será el precio que pagarás; y cuanto menor sea el número de años, menor será ese precio, porque lo que él te vende es un determinado número de cosechas. 17 No se defrauden unos a otros, y teman a su Dios, porque yo soy el Señor, su Dios.
Entendía que transcurridos los 50 años del Verbum Dei, al dar la Palabra lo haremos conforme a la experiencia vivida desde el Carisma por el que hemos optado y eso que hemos sembrado vamos a cosechar. Recuerdo las veces que he oído predicar a Jaime y hasta hoy al recordarlo se estremecen mis entrañas ¿De dónde le nacía ese fuego para predicar? En la oración, en ese diálogo de fe, afectivo, de largas tertulias frente al Sagrario, sólo en esa intimidad se puede recoger tanta sabiduría y coherencia de vida.
Muchas veces iba a los retiros que él daba sin fe, y desganada, después de una charla de Jaime, me volvía esa alegría, el disfrutar con la intimidad con Dios que me trasmitía y la gozosa experiencia de nunca más dejar la oración y de dar lo que Dios me da a mis hermanos.
Como Jaime, diera la vida porque mis hermanos tuvieran y vivieran esta gozosa experiencia de vivir y convivir con la Trinidad, Jesús Eucaristía y la amorosa presencia de María en nuestras diarias jornadas de apostolado.
Por eso Dios me hacía intuir ¿Seguiremos el carisma fundacional? Porque es Palabra viva y la Palabra no pasa o la ¿estaremos acomodando a nuestros intereses? ¿Dizque a nuestros tiempos?
Gracias Jaime por ser tan dócil a las insinuaciones del Espíritu Santo y tener tanta fe que provocas que los demás la vivan.
Gracias a Misioneros, Misioneras, Matrimonios y discípulos que encarnando el Carisma con su vida gritan, que es posible vivir el reino, aquí y ahora.
María, Madre de la Iglesia, del Verbum Dei y de Jaime, anímanos con tu amor de Madre a seguir en la Comunidad por la que hemos optado desde lo que somos y por su Carisma, a ser coherentes con nuestra misión y ayúdanos a llevarla hasta el final tal como se lo regalaste a Jaime Bonet
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