No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy
Empezaba la oración haciéndome consciente de este tiempo de gracia que el Señor nos regala como iglesia del Perú y también como comunidad.
Estamos viviendo nuestra cuaresma y por ende este es un tiempo de conversión. Para algunos podría parecer extraño el que hablemos de conversión entre cristianos que vamos haciendo un camino de seguimiento al Señor, que buscamos perseverar en la oración y que de algún modo vamos colaborando con Jesús en la misión que polarizo su vida, Sin embargo, nosotros sabemos mejor que nadie, que la conversión es, para nosotros, una necesidad de cada día y que con humildad hemos de ponernos una y otra vez en las manos de nuestro Dios alfarero, para que el nos regale el recrearnos con su amor.
Esta semana, como comunidad, hemos empezado a orar una nueva verdad de fe: “tú vida es para amar” y a través de esta verdad el Señor nos está llamando a convertirnos a nuestra vocación primera el amor, no hay mayor vocación que está como lo descubrió santa Teresita del niño Jesús, cuya fiesta inauguró el mes de octubre, me ayudaba esta mañana traer a la oración una poesía de santa Teresita que viene siendo mi inspiración y ahora me gustaría compartir la con ustedes:
Yo quiero ser la devoción del Sacerdote al consagrar
al ofrecer tu Cuerpo y Sangre en oblación;
al celebrar el Santo Sacramento del Altar yo quiero ser
la devoción.
Yo quiero ser el fuego que enardece el corazón
de cada misionero que se lanza a proclamar
la luz del Evangelio hasta el último confín,
¡yo quiero ser el fuego!
Yo quiero ser el celo del profeta y del apóstol
para guardar fielmente el tesoro de la fe
para enseñar, iluminar y defender
¡yo quiero ser el fuego!
Yo quiero ser el pulso que da vida al Cuerpo Místico
y hacer llegar la Sangre de Jesús a cada miembro
porque en el corazón de mi madre, la Iglesia,
¡yo quiero ser el amor! ¡Quiero ser el amor!
Así puedo serlo todo: Profeta, Misionero
Apóstol y Guerrero, Mártir y Sacerdote
Tú me has dado el llamado de poder serlo todo;
¡O mi Jesús amado, yo quiero ser el amor!
Porque en el corazón de mi madre, la Iglesia,
¡yo quiero ser el amor!
Teresa de Liseux es la patrona de la misiones, por eso este mes está dedicado a las misiones también. Yo dialogando con el Señor reconocía que no es casualidad que empecemos a orar la realidad de que nuestra vida es para amar en pleno mes de las misiones, estas dos realidades coinciden primero en el corazón de Dios, quien nos recuerda que nuestra manera de amar se concreta en el dar la vida por los amigos, Juan 15,13, que es un dar la vida por la palabra y con la palabra de Dios, que es dar a Dios mismo, al Dios con el que vivimos. En la palabra que se nos propone orar hoy, Hechos 3,1-10, el Señor nos habla de nuestro ser misionero:
Los apóstoles se dirigían al templo a orar, a encontrarse con el Señor, pero no podían dejar de ser quienes eran en virtud de los años de convivencia con Jesús, ellos ya no sabían estarse en ninguna parte sin ver a su alrededor. Me ayudaba ver que los apóstoles encontraron al paralítico de nacimiento, antes que el paralítico se dirigiera a ellos ya habían puesto en él su mirada:
“En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa, para pedir limosna a los que entraban”. Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
El paralitico, acostumbrado a ver en los otros a no más que sujetos que pudieran aliviar en algo su situación de necesidad, no puede reconocer a los amigos del Señor, no ve a personas; sin embargo los apóstoles, junto a Jesús, han aprendido a ver en cada hombre a un ser humano, a un hijo de Dios, a un hermano. En el paralitico de nacimiento, los apóstoles reconocen una humanidad postrada, una identidad atrofiada.
Que fuertes me resultaban estas palabras en el contexto en el que Dios nos llama a vivir nuestra vocación primera, nuestra identidad que es amar y le pedía al Señor que me regalara el saber mirar a los hermanos más allá de la apariencia; para poder reconocer que muchas veces hay, en cada hermano, una identidad atada buscando que le llegue la palabra que le haga ponerse de pie, como sucedió aquella mañana en el templo:
“Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos". El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina". Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios.”
Lo mismo que los apóstoles de Jesús, nosotros hemos experimentado que el Señor nos ha devuelto la vida con su palabra, que ha rescatado nuestra identidad y a fuerza de amarnos nos va capacitando para amar; aún cuando reconocemos que nos falta mucho, para vivir el ideal del amor al que él nos llama; por eso no podemos dejar de dar gratis lo que hemos recibido gratis.
Hoy el Señor nos pide que podamos tender la mano a los hermanos con los que compartimos, para ayudarlos a vivir también su identidad. Escuchaba de parte de Dios esta mañana, la llamada a ir haciendo de nuestra vida amor a la manera de JESÚS; ya que todos nosotros sabemos por experiencia que nada nos mueve a amar más, que el ser amados por alguien, con el amor de Jesús.
Entendía de parte de Dios: Si quieres que tu hermano despierte la capacidad de amar que está en él hazte amable para él, enséñale a amar con tu propia vida.
Encontraba la necesidad de pedirle al Señor, en primer lugar que me aumente la fe, para creer que lo que necesito para vivir mi vocación de ser amor, de amar; ya me lo ha dado y en segundo lugar que me dé la determinación para dejarle a él amar a través de mi vida, en medio de lo que hoy me tocará vivir.
Que María nuestra madre nos ayude a responder a la llamada que Dios nos hace, para que nuestra vida pueda dar gloria a Dios:
“Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido”.
Hna Pilar.
Estamos viviendo nuestra cuaresma y por ende este es un tiempo de conversión. Para algunos podría parecer extraño el que hablemos de conversión entre cristianos que vamos haciendo un camino de seguimiento al Señor, que buscamos perseverar en la oración y que de algún modo vamos colaborando con Jesús en la misión que polarizo su vida, Sin embargo, nosotros sabemos mejor que nadie, que la conversión es, para nosotros, una necesidad de cada día y que con humildad hemos de ponernos una y otra vez en las manos de nuestro Dios alfarero, para que el nos regale el recrearnos con su amor.
Esta semana, como comunidad, hemos empezado a orar una nueva verdad de fe: “tú vida es para amar” y a través de esta verdad el Señor nos está llamando a convertirnos a nuestra vocación primera el amor, no hay mayor vocación que está como lo descubrió santa Teresita del niño Jesús, cuya fiesta inauguró el mes de octubre, me ayudaba esta mañana traer a la oración una poesía de santa Teresita que viene siendo mi inspiración y ahora me gustaría compartir la con ustedes:
Yo quiero ser la devoción del Sacerdote al consagrar
al ofrecer tu Cuerpo y Sangre en oblación;
al celebrar el Santo Sacramento del Altar yo quiero ser
la devoción.
Yo quiero ser el fuego que enardece el corazón
de cada misionero que se lanza a proclamar
la luz del Evangelio hasta el último confín,
¡yo quiero ser el fuego!
Yo quiero ser el celo del profeta y del apóstol
para guardar fielmente el tesoro de la fe
para enseñar, iluminar y defender
¡yo quiero ser el fuego!
Yo quiero ser el pulso que da vida al Cuerpo Místico
y hacer llegar la Sangre de Jesús a cada miembro
porque en el corazón de mi madre, la Iglesia,
¡yo quiero ser el amor! ¡Quiero ser el amor!
Así puedo serlo todo: Profeta, Misionero
Apóstol y Guerrero, Mártir y Sacerdote
Tú me has dado el llamado de poder serlo todo;
¡O mi Jesús amado, yo quiero ser el amor!
Porque en el corazón de mi madre, la Iglesia,
¡yo quiero ser el amor!
Teresa de Liseux es la patrona de la misiones, por eso este mes está dedicado a las misiones también. Yo dialogando con el Señor reconocía que no es casualidad que empecemos a orar la realidad de que nuestra vida es para amar en pleno mes de las misiones, estas dos realidades coinciden primero en el corazón de Dios, quien nos recuerda que nuestra manera de amar se concreta en el dar la vida por los amigos, Juan 15,13, que es un dar la vida por la palabra y con la palabra de Dios, que es dar a Dios mismo, al Dios con el que vivimos. En la palabra que se nos propone orar hoy, Hechos 3,1-10, el Señor nos habla de nuestro ser misionero:
Los apóstoles se dirigían al templo a orar, a encontrarse con el Señor, pero no podían dejar de ser quienes eran en virtud de los años de convivencia con Jesús, ellos ya no sabían estarse en ninguna parte sin ver a su alrededor. Me ayudaba ver que los apóstoles encontraron al paralítico de nacimiento, antes que el paralítico se dirigiera a ellos ya habían puesto en él su mirada:
“En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa, para pedir limosna a los que entraban”. Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
El paralitico, acostumbrado a ver en los otros a no más que sujetos que pudieran aliviar en algo su situación de necesidad, no puede reconocer a los amigos del Señor, no ve a personas; sin embargo los apóstoles, junto a Jesús, han aprendido a ver en cada hombre a un ser humano, a un hijo de Dios, a un hermano. En el paralitico de nacimiento, los apóstoles reconocen una humanidad postrada, una identidad atrofiada.
Que fuertes me resultaban estas palabras en el contexto en el que Dios nos llama a vivir nuestra vocación primera, nuestra identidad que es amar y le pedía al Señor que me regalara el saber mirar a los hermanos más allá de la apariencia; para poder reconocer que muchas veces hay, en cada hermano, una identidad atada buscando que le llegue la palabra que le haga ponerse de pie, como sucedió aquella mañana en el templo:
“Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: "Míranos". El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina". Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios.”
Lo mismo que los apóstoles de Jesús, nosotros hemos experimentado que el Señor nos ha devuelto la vida con su palabra, que ha rescatado nuestra identidad y a fuerza de amarnos nos va capacitando para amar; aún cuando reconocemos que nos falta mucho, para vivir el ideal del amor al que él nos llama; por eso no podemos dejar de dar gratis lo que hemos recibido gratis.
Hoy el Señor nos pide que podamos tender la mano a los hermanos con los que compartimos, para ayudarlos a vivir también su identidad. Escuchaba de parte de Dios esta mañana, la llamada a ir haciendo de nuestra vida amor a la manera de JESÚS; ya que todos nosotros sabemos por experiencia que nada nos mueve a amar más, que el ser amados por alguien, con el amor de Jesús.
Entendía de parte de Dios: Si quieres que tu hermano despierte la capacidad de amar que está en él hazte amable para él, enséñale a amar con tu propia vida.
Encontraba la necesidad de pedirle al Señor, en primer lugar que me aumente la fe, para creer que lo que necesito para vivir mi vocación de ser amor, de amar; ya me lo ha dado y en segundo lugar que me dé la determinación para dejarle a él amar a través de mi vida, en medio de lo que hoy me tocará vivir.
Que María nuestra madre nos ayude a responder a la llamada que Dios nos hace, para que nuestra vida pueda dar gloria a Dios:
“Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido”.
Hna Pilar.
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