Señor Dios de la Vida y del amor.

Sabiduría 11,23-12,2
Pidamos el don de aprender a orar, de entrar en la Trinidad, para poder convivir y vivir una vida contemplativa. Orar es entrar y no salir de allí. Pidamos que nos ayuden a ser contemplativos.
Contemplar, ver a Dios, es ir teniendo su misma intención. Tenerla e irla desarrollando. En Jesús no hay duda de que Él y el Padre son uno (Jn 14,9-11). Jesús ha hecho de la intención del Padre su intención. Hace constantemente la voluntad del Padre. Su vida expresa al Padre. Mi vida ¿expresa a Cristo? ¿es Palabra asimilada, vivida, hace que tengamos piedad de nuestros hermanos, en sus fallos.
Contemplar es entrar en la identificación con Cristo; es querer con todo mi ser lo que el Padre quiere de mí: “Me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, mi Dios, con tal de que tu voluntad se cumpla en mi y en todas tus creaturas. No deseo nada más Padre” El resultado de la contemplación es la unidad de intención
Se puede hacer una Pastoral de conjunto cuando cada uno sabe su propia debilidad. La unidad tiene como base la diferencia. Cuando cada uno responde a su propia identidad, puede sumar.
La unidad se hace en la diversidad. La diversidad hace la unidad. La Trinidad hace comunidad porque cada uno es quien es. El Padre es el Padre; el Hijo, el Hijo y el Espíritu, el Espíritu. Cada uno conoce su lugar y por eso se puede formar la comunidad.
En relación a la comunidad, Pablo se expone a tres problemas. El primero es la discordia entre los hermanos, el roce, las desavenencias. Son fruto de la falta de oración. En 1Co 13 pone como norma principal el amor. Si no estamos dispuestos a dar la vida unos por los otros, no formamos comunidad, no podemos orar (1Jn 3,16).
El otro, si le escucho, me reconstruye por la gracia de Dios. El contemplativo que expresa que su hermano le molesta ¿qué contempla?. Soportar no significa aguantar sino servir de apoyo y reconstruir. Vosotros, los fuertes, soportad a los débiles, buscando su edificación (Rm 15,1-7).
Cada uno venimos con nuestra historia. Estamos para reconstruir a las personas. ¿Cómo te quejas de que tu hermano venga roto? ¿A quién quieres por compañero? ¿A uno que ya sea santo? No. Lo que agradezco es poder ver el proceso de curación de mi hermano. No te escandalices del pecado del otro. Ayúdale. Ahí se forma la comunidad.
La discordia viene por la falta de ojo o porque el pecado no me deja ver la realidad del otro como es, con mirada limpia, poniendo empeño en el vínculo de la paz.
El segundo problema al que se expone Pablo ante la comunidad es el de la necesaria diversidad de los ministerios. La madurez es que cada uno sepa qué puede aportar dentro de la comunidad. Busca tu carisma dentro del carisma común.
Unos son apóstoles; otros, profetas, otros evangelizadores... para edificar el cuerpo de Cristo ¿Quién es más? ¿Qué sabemos nosotros? Dios sabe y las apariencias engañan. Se trata de que “lleguemos todos a la unidad de la fe, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo”. Si cada uno cumple con su ministerio, está bien.
El tercer problema con que se enfrenta Pablo es el de la fe, la medida de la fe de toda la comunidad. He de acompañar a mi hermano para que progrese en la fe de Cristo. Yo no soy la medida del Evangelio. La medida es Cristo. Si pongo mi fe como medida de la fe de los demás no dejo correr a los demás todo lo que pueden porque yo no corro más.
Pidamos a la Madre, que nos haga pacientes y misericordiosos con los hermanos, porque es la paciencia de Dios la que nos salva.

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