“El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!”.
Al empezar la oración agradecía el Señor por su disponibilidad para con nuestra vida, por cumplir la promesa expresada en 2Crónucas 7,15-16: “A partir de ahora, mis ojos estarán abiertos y mis oídos atentos a la súplica que se haga en este lugar.
Y a partir de ahora, yo he elegido y consagrado esta Casa, a fin de que mi Nombre resida en ella para siempre: mis ojos y mi corazón estarán allí todos los días”
El Señor esta atento, siempre a la espera de nuestra vida, saliéndonos al encuentro constantemente como nos lo recordaban esta semana en la escuela de la palabra y por ello nos invitaban a tener la experiencia del discípulo amado en Juan 21,7: “Es el Señor”, no se trata de otra cosa sino de reconocer los modos en los que el Señor nos sale al encuentro, en medio de nuestro cotidiano vivir.
Una cosa me iba quedando clara, a lo largo de estos días: para hacer la experiencia que se nos proponía, se requiere de un trabajo permanente, de ir ganando en delicadeza; a fin de captar a Dios y su presencia amable. Vivir reconociendo al Señor, como decía Ignacio de Loyola, no se improvisa, hace falta una vida espiritual fuerte, que no es posible sin poner medios concretos.
En estos días, se me hacía nueva la invitación del Señor a buscar primero el Reino, con la confianza de que lo demás vendrá por añadidura. El Señor me decía: Haz del Reino tu prioridad, escoge la vida, para que vivas tú y los tuyos, (Deuteronomio 30,19) y, ciertamente, responder a la invitación de Dios, en la práctica no resulta tan sencillo; aún cuando hay voluntad de hacerlo. Con razón el mismo Jesús decía, en Mateo 11,12: “Desde los tiempos de Juan el Bautista el Reino de Dios sufre violencia y solo los esforzados lo arrebatan”. Frente a esta realidad, encontraba la necesidad de pedirle a Dios que me haga; que nos haga constantes para no perder lo mejor por lo bueno y menos aun por lo vil; ya que muchas veces nuestra urgencias, compromisos responsabilidades e incluso las actividades propias nuestra misión podrían estarnos arrebatando la vivencia del Reino.
Si el Reino es Dios mismo reinando y habitando nuestro ser, ello tendría que traducirse en nosotros como paz, alegría, servicio, esperanza, apertura, etc. Sin embargo, en ocasiones tenemos que reconocer que la vida se nos gasta en el puro activismo y nos vamos quedando escasos de Dios, sin una experiencia fresca que compartir y ello es verdaderamente terrible, puesto que nos puede faltar todo; pero estar escasos de Dios es estar en la muerte, como los huesos secos de los que se nos hablaba en la escuela; por eso, he tenido en mi una suplica constante: Hazme esforzada Señor, fortalece mi voluntad, mi opción de vivir de ti y para ti, haz que te deje ser Dios en mi vida.
Nuestro Dios nos llama a vivir una experiencia de encuentro permanente y detrás de esta invitación está el deseo de nuestro Dios de que vivamos en plenitud. Dios nos quiere felices, realizando grandes cosas y en realidad es dios mismo quien las quiere obrar en nosotros y por medio nuestro en el mundo, como lo hizo en nuestra madre y ella da testimonio en Lucas 1,49:
“El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!”.
Nuestra madre reconoce que lo que ella es. lo es por gracia de Dios. Es en Dios en quien radica la santidad, nosotros solo somos vasijas de barro conteniendo el tesoro de la misericordia de Dios, expresada en nosotros de diversas formas. Yo entendía, a través de nuestra madre, la invitación a dar gloria a Dios con nuestras vidas, permitiéndole recrearnos, desde estos tiempos de oración, conforme a su gusto y en la palabra que se nos propone para la oración, Dios me manifestaba cual es ese gusto, su deseo con nosotros, cómo nos quiere. Nuestro Dios nos quiere testigos de su amor por cada hermano, nos quiere misioneros, porque el mundo espera: (Juan 4,35)
“Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.”
Las palabras de Jesús se clavan en mi corazón y me dice: reconóceme deseoso de llegar a tiempo a la vida de tus hermanos, mira que les ha llegado el tiempo de abrirse a mí de que sus vidas sean fecundas, no permitas que sus vidas se arruinen por falta de un segador, de un apóstol a quien yo se los he confiado con anterioridad y a quien le he brindado, sin falta un salario de gracia, de misericordia; no postergues por más tiempo el encuentro de tus hermanos conmigo, créeme que hoy es tiempo favorable, tiempo de gracia para ellos, no te reserves la vida.
En lo personal, encontraba la llamada de parte de Jesús a un anuncio explicito de la palabra, en medio de mis ambientes, a Jesús y a mis hermanos no les basta con mi testimonio de vida, no es suficiente con que nuestra vida despierte interrogantes, hace falta que nos vean vivir de la palabra y que la demos de manera explícita, el cómo hemos de ir descubriéndolo con Dios, lo cierto es que no podemos esperar; porque el corazón de tu hermano está a punto para acogerla.
Esta mañana, pidamos a nuestra Madre María, que nos ayude a responder a la llamada que nos haga Dios a cada uno.
Y a partir de ahora, yo he elegido y consagrado esta Casa, a fin de que mi Nombre resida en ella para siempre: mis ojos y mi corazón estarán allí todos los días”
El Señor esta atento, siempre a la espera de nuestra vida, saliéndonos al encuentro constantemente como nos lo recordaban esta semana en la escuela de la palabra y por ello nos invitaban a tener la experiencia del discípulo amado en Juan 21,7: “Es el Señor”, no se trata de otra cosa sino de reconocer los modos en los que el Señor nos sale al encuentro, en medio de nuestro cotidiano vivir.
Una cosa me iba quedando clara, a lo largo de estos días: para hacer la experiencia que se nos proponía, se requiere de un trabajo permanente, de ir ganando en delicadeza; a fin de captar a Dios y su presencia amable. Vivir reconociendo al Señor, como decía Ignacio de Loyola, no se improvisa, hace falta una vida espiritual fuerte, que no es posible sin poner medios concretos.
En estos días, se me hacía nueva la invitación del Señor a buscar primero el Reino, con la confianza de que lo demás vendrá por añadidura. El Señor me decía: Haz del Reino tu prioridad, escoge la vida, para que vivas tú y los tuyos, (Deuteronomio 30,19) y, ciertamente, responder a la invitación de Dios, en la práctica no resulta tan sencillo; aún cuando hay voluntad de hacerlo. Con razón el mismo Jesús decía, en Mateo 11,12: “Desde los tiempos de Juan el Bautista el Reino de Dios sufre violencia y solo los esforzados lo arrebatan”. Frente a esta realidad, encontraba la necesidad de pedirle a Dios que me haga; que nos haga constantes para no perder lo mejor por lo bueno y menos aun por lo vil; ya que muchas veces nuestra urgencias, compromisos responsabilidades e incluso las actividades propias nuestra misión podrían estarnos arrebatando la vivencia del Reino.
Si el Reino es Dios mismo reinando y habitando nuestro ser, ello tendría que traducirse en nosotros como paz, alegría, servicio, esperanza, apertura, etc. Sin embargo, en ocasiones tenemos que reconocer que la vida se nos gasta en el puro activismo y nos vamos quedando escasos de Dios, sin una experiencia fresca que compartir y ello es verdaderamente terrible, puesto que nos puede faltar todo; pero estar escasos de Dios es estar en la muerte, como los huesos secos de los que se nos hablaba en la escuela; por eso, he tenido en mi una suplica constante: Hazme esforzada Señor, fortalece mi voluntad, mi opción de vivir de ti y para ti, haz que te deje ser Dios en mi vida.
Nuestro Dios nos llama a vivir una experiencia de encuentro permanente y detrás de esta invitación está el deseo de nuestro Dios de que vivamos en plenitud. Dios nos quiere felices, realizando grandes cosas y en realidad es dios mismo quien las quiere obrar en nosotros y por medio nuestro en el mundo, como lo hizo en nuestra madre y ella da testimonio en Lucas 1,49:
“El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!”.
Nuestra madre reconoce que lo que ella es. lo es por gracia de Dios. Es en Dios en quien radica la santidad, nosotros solo somos vasijas de barro conteniendo el tesoro de la misericordia de Dios, expresada en nosotros de diversas formas. Yo entendía, a través de nuestra madre, la invitación a dar gloria a Dios con nuestras vidas, permitiéndole recrearnos, desde estos tiempos de oración, conforme a su gusto y en la palabra que se nos propone para la oración, Dios me manifestaba cual es ese gusto, su deseo con nosotros, cómo nos quiere. Nuestro Dios nos quiere testigos de su amor por cada hermano, nos quiere misioneros, porque el mundo espera: (Juan 4,35)
“Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.”
Las palabras de Jesús se clavan en mi corazón y me dice: reconóceme deseoso de llegar a tiempo a la vida de tus hermanos, mira que les ha llegado el tiempo de abrirse a mí de que sus vidas sean fecundas, no permitas que sus vidas se arruinen por falta de un segador, de un apóstol a quien yo se los he confiado con anterioridad y a quien le he brindado, sin falta un salario de gracia, de misericordia; no postergues por más tiempo el encuentro de tus hermanos conmigo, créeme que hoy es tiempo favorable, tiempo de gracia para ellos, no te reserves la vida.
En lo personal, encontraba la llamada de parte de Jesús a un anuncio explicito de la palabra, en medio de mis ambientes, a Jesús y a mis hermanos no les basta con mi testimonio de vida, no es suficiente con que nuestra vida despierte interrogantes, hace falta que nos vean vivir de la palabra y que la demos de manera explícita, el cómo hemos de ir descubriéndolo con Dios, lo cierto es que no podemos esperar; porque el corazón de tu hermano está a punto para acogerla.
Esta mañana, pidamos a nuestra Madre María, que nos ayude a responder a la llamada que nos haga Dios a cada uno.
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