“Por ellos ruego; no ruego por el mundo”

Esta mañana, empezaba la oración pidiéndole al Espíritu Santo: Enséñame a orar como conviene, enséñame a orar desde lo que soy y me ayudaba descubrir como respuesta de Dios, en primer lugar, no la consciencia de una responsabilidad, sino la certeza de mi dignidad. Entendía de parte de Dios que lo que soy, mi identidad no es ser misionera, ni discípula verbum Dei, menos aún docente; aunque ciertamente me desempeñe como tal y ello configure mi quehacer. La experiencia que Dios me regalaba al empezar la oración es que soy, antes de todo Hija e hija muy amada suya 1Juan 3,1-2. Esta es la dignidad que Dios nos regala cada día, este lugar en el que Dios nos sitúa. El Señor nos dice: te invito a orar conmigo desde tu lugar de hija(o) amada(o) por mi, ora conmigo con la certeza de que vales mucho a mis ojos, de que tu vida me es muy cara y que hoy estoy dispuesto a dar cuanto sea necesario para que tu vivas y lo hagas en plenitud (Isaías 43,4) (Juan 10,10), del mismo modo que un día envié al hijo, a Jesús, para que tengas la vida en abundancia, hoy vuelvo a disponerlo todo. Reconocía como un regalo, muy grande, de parte de Dios el poder empezar el día con la certeza de su opción por mi vida y más aún encontrarle sosteniendo nuestra existencia y cuanto vivimos a través de la oración de mismo Jesús. Como nos lo muestra en Juan 17, 7-11.
He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado.
Me ayudaba tanto escuchar estas palabras de Jesús, puesto que yo siempre he visto a Jesús como el mayor regalo que el padre le ha dado a nuestra vida; sin embargo encontraba a Jesús agradeciendo al Padre por nuestra vida porque nosotros somos el don que el padre le ha dado, cada una de nuestras vidas en medio de su pobreza es don de Dios para la vida de Jesús, en realidad esto se me hacia muy grande, sí como reconocer la fe que Jesús tiene en nuestra vida. Jesús cree en nuestra conversión, en nuestro seguimiento, en la obra que la palabra ha realizado en nosotros. Jesús cree en nuestra vida y no porque sea un iluso; sino porque él ve más allá. Jesús conoce nuestro corazón, su deseo de ser fiel, sabe de nuestras luchas e incluso de nuestro sufrimiento porque muchas veces quisiéramos poder amar más a Dios y a los suyos que nos confía, él nos conoce profundamente y en virtud de ello da testimonio de nosotros ante el Padre.
”Han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado”.
Ante las palabras de Jesús y descubriendo su fe en nuestra vida yo le pedía: enséñanos a creer en nosotros, como tú crees en nuestra vida, porque si así lo hiciéramos daríamos más pasos, viviríamos más agradecidos y tendríamos mayor gozo; además le pedía enséñanos a mirar a los demás y a creer en ellos como tú lo haces, porque si así lo hiciéramos nos promocionaríamos más y nos ayudaríamos a caminar tus caminos, sin prejuicios, sin rivalidades, con esperanza y sin desistir de nadie.
Me ayudaba reconocer a Jesús amando a cada uno de los suyos, con un amor personal, llegando a donde cada uno necesita, Jesús se dedica a cada uno, como lo hace hoy con nosotros, nos ama con un amor comprometido y ello se concreta en su oración por nuestra vida.
“Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos”.
Muchas veces la palabra que hoy se nos propone para orar me había parecido excluyente, la había entendido como la oración de Jesús por el grupo de los que le habían acogido, de los que intentamos seguirle, por los buenos”; sin embargo Jesús me decía esta mañana, en esta oración no falta nadie, todos están en mi mente y en mi corazón. Me ayudaba encontrar a Jesús rogando por todos, el no pide por el mal del mundo, no se escandaliza del pecado, de la corrupción existente, él mira a cada persona y da el paso a la esperanza. Jesús me decía yo ruego por todos, porque nadie está dejado de las manos del padre, por ello me los ha confiado a todos y los he acogido y comprometido con cada uno en particular y estoy dispuesto a llegar a donde cada uno necesite para vivir su dignidad de hijo de Dios, hoy yo voy hasta donde tú y cada hermano necesiten, para abrirse a mi amor. Se me hacía tan fuerte ver que Jesús no se queda contemplando el mal del mundo, ni siquiera el que somos capaces de albergar en nuestro corazón muchas veces, porque Jesús sabe que muchas veces, la mayoría, el mundo no está fuera sino dentro de nosotros y nos dice: “Tengan valor yo he vencido al mundo” (Marcos 16,33)
Que diferente es enfrentarnos al mundo sabiendo que Jesús ya lo ha vencido por nosotros y que sólo necesitamos creerlo, para poderlo vencer también, parece fácil decirlo, pero sin embargo es la lucha de cada día y no es tarea fácil; sin embargo no estamos solos, él sostiene nuestro camino:
“Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros”.
Contemplando a Jesús, en su oración por nosotros, encontraba la necesidad de pedirle que ensanche mi corazón, que me enseñe a orar con ese corazón universal que acoge a cada uno como estamos y desde lo que somos, comprometiendo su propia vida, para que podamos vivir nuestra identidad de hijos libres, plenos. Reconocía que estoy lejos de vivir su calidad de amor; pero Jesús aviva mi esperanza, Él que empezó la obra buena en nosotros la llevará a su plenitud, el día que él ha dispuesto. (Filipenses 1,6)
Pidamos a nuestra madre nos haga poder creer que para Dios nada hay imposible.

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