Pautas de oración sábado
Juan 8, 1-11.
“Jesús se fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al templo, y toda la multitud venía a Él.”
Es conocido este pasaje de la mujer adúltera, y la sabia respuesta de Jesús; pues esa sabiduría no le llega “del cielo”, es consecuencia de la oración. Jesús venía de una “amanecida” orando, su vida nos enseña la importancia de la oración. De la oración sacaba esa sabiduría que plasmaba en sus enseñanzas, que atraían a multitudes. Y también de la oración sacaba el amor que muestra en pasajes como este.
Nos cuenta la Palabra que los maestros de la Ley y los fariseos, “le trajeron una mujer sorprendida en adulterio. La colocaron en medio y le dijeron: Maestro, han sorprendido esta mujer en pleno adulterio. La Ley de Moisés ordena que mujeres como estas mueran apedreadas”
Como hemos leído varias veces esta cita, y sabemos el desenlace y la actitud que tuvo Jesús con ella, solemos mirar con simpatía a esta mujer. Sin embargo, hoy me puse a pensar en el esposo de la mujer adúltera, que no es mencionado para nada en la lectura. De hecho que esta escena no ha sido nada bonita para él, ni para sus hijos. Tal vez este hombre, dolido en su corazón haya sido el primero en querer aplicar la ley.
Dicho sea de paso, se ve el machismo de la época: “mujeres como estas deben morir apedreadas”. Sin embargo, la Ley de Moisés no era sesgada, sino que castigaba a los dos por igual: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos, el adúltero y la adúltera. Así harás desaparecer el mal de Israel” (Deuteronomio 22, 22). Y el adúltero, pasó desapercibido, seguramente huyó de la escena.
Sin embargo, no es el esposo de esta mujer el que la lleva a Jesús: son los fariseos y Maestros de la Ley, que no van con el propósito de acabar con el mal en Israel, sino para ponerlo en dificultades. ¡A lo que puede llegar el corazón del hombre cuando se conoce la Palabra; pero no se penetra en el Espíritu de la misma!!
“El que no tenga pecado, que tire la primera piedra”
En otro pasaje, Jesús nos dirá: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados”. Todos somos pecadores: del tipo “adúlteros” o del tipo “fariseos”. (Yo muchas veces me reconozco de ambos tipos!!). Pero todos necesitamos de la misericordia de Dios.
Todos necesitamos escuchar a Cristo decirnos: “Yo tampoco te condeno”. Entender que si él no te juzga, nadie tiene derecho a juzgarte. Que tienes derecho a encontrar paz en Jesús, y sentir su Amor. Y es en la oración que comprenderemos ese amor.
Yo sinceramente, no creo que después de este encuentro personal con Cristo, esta mujer haya vuelto a las andadas. Porque un encuentro con Cristo te transforma. En la oración tenemos la oportunidad de encontrarnos con él cada día. Y también es en la oración donde encontraremos la fuerza para cumplir la segunda parte: “Vete, y no vuelvas a pecar”.
“Jesús se fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al templo, y toda la multitud venía a Él.”
Es conocido este pasaje de la mujer adúltera, y la sabia respuesta de Jesús; pues esa sabiduría no le llega “del cielo”, es consecuencia de la oración. Jesús venía de una “amanecida” orando, su vida nos enseña la importancia de la oración. De la oración sacaba esa sabiduría que plasmaba en sus enseñanzas, que atraían a multitudes. Y también de la oración sacaba el amor que muestra en pasajes como este.
Nos cuenta la Palabra que los maestros de la Ley y los fariseos, “le trajeron una mujer sorprendida en adulterio. La colocaron en medio y le dijeron: Maestro, han sorprendido esta mujer en pleno adulterio. La Ley de Moisés ordena que mujeres como estas mueran apedreadas”
Como hemos leído varias veces esta cita, y sabemos el desenlace y la actitud que tuvo Jesús con ella, solemos mirar con simpatía a esta mujer. Sin embargo, hoy me puse a pensar en el esposo de la mujer adúltera, que no es mencionado para nada en la lectura. De hecho que esta escena no ha sido nada bonita para él, ni para sus hijos. Tal vez este hombre, dolido en su corazón haya sido el primero en querer aplicar la ley.
Dicho sea de paso, se ve el machismo de la época: “mujeres como estas deben morir apedreadas”. Sin embargo, la Ley de Moisés no era sesgada, sino que castigaba a los dos por igual: “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos, el adúltero y la adúltera. Así harás desaparecer el mal de Israel” (Deuteronomio 22, 22). Y el adúltero, pasó desapercibido, seguramente huyó de la escena.
Sin embargo, no es el esposo de esta mujer el que la lleva a Jesús: son los fariseos y Maestros de la Ley, que no van con el propósito de acabar con el mal en Israel, sino para ponerlo en dificultades. ¡A lo que puede llegar el corazón del hombre cuando se conoce la Palabra; pero no se penetra en el Espíritu de la misma!!
“El que no tenga pecado, que tire la primera piedra”
En otro pasaje, Jesús nos dirá: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados”. Todos somos pecadores: del tipo “adúlteros” o del tipo “fariseos”. (Yo muchas veces me reconozco de ambos tipos!!). Pero todos necesitamos de la misericordia de Dios.
Todos necesitamos escuchar a Cristo decirnos: “Yo tampoco te condeno”. Entender que si él no te juzga, nadie tiene derecho a juzgarte. Que tienes derecho a encontrar paz en Jesús, y sentir su Amor. Y es en la oración que comprenderemos ese amor.
Yo sinceramente, no creo que después de este encuentro personal con Cristo, esta mujer haya vuelto a las andadas. Porque un encuentro con Cristo te transforma. En la oración tenemos la oportunidad de encontrarnos con él cada día. Y también es en la oración donde encontraremos la fuerza para cumplir la segunda parte: “Vete, y no vuelvas a pecar”.
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