SI NO ESTAMOS UNIDOS A ÉL NO DAREMOS FRUTO

Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente, me ayudaba empezar este momento de oración, expresándole al Señor esta súplica y me resultaba especialmente significativo hacerlo, justo cuando el cansancio y mi estado físico, merman mi deseo de este tiempo a solas con Dios; porque la realidad es que mi estado de ánimo, el físico y aún si mi estado espiritual fuera de una sequedad profunda o me encontrara alejada de la gracia de Dios, nada cambiaría la realidad de que le necesito, que le necesitamos vitalmente y es que hermanos, el unirnos a nuestro Dios no es algo opcional, que podamos dejarlo a merced de nuestras ganas o no.
Si la cierva sedienta, no corre en pos de agua desfallecerá en el camino y morirá irremediablemente, lo mismo nosotros, si no permanecemos pegados a la fuente del agua viva, sucumbiremos en el camino, en nuestro seguimiento. Me ayudaba detenerme en estas palabras: mi alma suspira por ti y reconocía que en lo concreto de nuestra vida, un suspiro es muchas veces algo inconsciente, no podemos dar cuenta con facilidad de aquello que lo genera, sin embargo siempre se trata de algo valioso que está ausente. Del mismo modo, en medio del trajín habitual, del cómo nos encontremos cada uno, nuestro ser precisa al Señor y extraña la experiencia viva del encuentro, de su compañía, extraña su voz y sin saberlo, muchas veces, va suspirando por él a lo largo del día y ese suspiro se expresa de distintos modos, añoranza, insatisfacción, cansancio, nerviosismo, irritabilidad, etc, etc. Creo que todos podemos dar cuenta de ello.
Este momento es la oportunidad para salir al encuentro de nuestro Dios, de la fuente que nunca se agota y que se ofrece gratuitamente, a cada instante, como lo expresa en Juan 7,37: "El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí”. Como dice la Escritura: De su seno brotarán manantiales de agua viva. Me ayudaba reconocer que el Señor no se conforma solo con saciar nuestra sed, él quiere plenificarnos, hacernos desbordar; al punto de ser surtidores de vida, de bendiciones para multitud de hermanos- El Señor nos llama a una vida fecunda, que no será posible si no nos unimos vitalmente a él, de allí que nos diga hoy, en Juan 15, 4: Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Que urgentes me resultaban las palabras de Jesús, mientras las oía; hasta podría decir que me parecían una súplica y qué fuerte me resultaba pensar en que Dios nos suplique unirnos a él. Entendía que solo su mucho amor podía explicar que siendo Dios se abaje a pedirnos de este modo unirnos a él, solo el hecho de que nos ame tanto justifica el que salga a nuestro encuentro una y otra vez. Sin embargo, Dios no solo sale hoy por nosotros, él ve a los que ha hecho depender de nuestra vida y también por ellos nos pide: Permanece en mí y fíjate que yo ya permanezco en ti, que ya me he donado a tu vida y no vuelvo atrás.
Hoy el Señor nos habla de dar frutos y lo primero que me salía preguntarme es: ¿Qué frutos espero dar?, porque si bien el Señor espera frutos de mi vida, necesito saber si coincidimos en lo que esperamos, necesitamos ponernos de acuerdo, pues ya lo decía el Señor: El que no siembra conmigo desparrama. De ahí que necesitamos dialogar con él sinceramente, abrir nuestro corazón con sus anhelos reales y ponernos de acuerdo con nuestro Dios, a fin de trabajar juntos por los mismos sueños.
El Señor vuelve a decirnos: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”
Las palabras de nuestro Dios son claras y sin lugar a dudas las hemos orado más de una vez, creo que lo que nos hace falta es dialogar con nuestro Dios sobre que medios efectivos hemos de poner, cada uno, de tal manera que la permanencia en él, en su voluntad sea real y ella redunde en vida para nuestros ambientes.
Pidamos hoy a nuestra madre María que nos enseñe a orar, con el corazón abierto y disponible a la voluntad de Dios, para que Él nos dé la fecundidad que espera de nosotros. Que Dios nos bendiga a todos y todas.
Pilar

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