“Felices los que habitan en tu casa”
(Sal 84)
¡Qué amables son tus moradas, Señor Sabaot! Mi alma suspira y hasta languidece por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne gritan de alegría al Dios que vive. Hasta el pajarillo encuentra casa, y la alondra un nido, donde dejar sus polluelos: cerca de tus altares, Señor Sabaot, ¡oh mi Rey y mi Dios! Felices los que habitan en tu casa, se quedarán allí para alabarte. Dichosos los hombres cuya fuerza eres tú y que gustan de subir hasta ti. (Salmo 84)
Necesito Señor, tener sed de estar contigo para hacer de tu Palabra mi ley y disfrutar de tu compañía, porque tú eres amable, eres el Dios vivo que colma y calma todos mis anhelos, preocupaciones, miedos, traumas, el que redime mi pecado y me resucita a su eterna compañía.
Yo también he encontrado mi seguridad ante ti, como los polluelos han encontrado en el nido, y cuántas veces uno quiera regresar ahí a tu presencia, el pájaro sale de su nido y revolotea, pero vuelve al nido, así mi alma desfallece por ti, puedo tener muchas dificultades, fatigas, dolores pero mi alma suspira por vivir tu presencia, es más darme cuenta que tú estás en mi morando, quiero ser más consciente de esa presencia amorosa, en continuo diálogo contigo hasta en los más mínimos detalles.
Es volverme dependiente de tu corazón, de tu amistad, día a día eres mi razón, mi horizonte, mi Vida, mi Amor eres todo para mí, porque me das la luz para iluminar mis pasos por tu Palabra. Que sea tu palabra la que guie mis pasos para aprender de ti la obediencia al Padre, cuya Palabra la hacías vida y eso era tu seguridad, el hacer su voluntad te daba la paz que sobrepasa todo entendimiento humano y hacía que tu Vida sea verdad, camino para ti y para el mundo entero.
En este mundo lleno de violencia y dificultades, es en tu presencia el único lugar donde encontrar reposo y la ayuda necesaria para aprender amar como tú. Por eso es mil veces mejor estar en tu presencia en diálogo contigo a vivir haciendo el mal, hablando de mi prójimo mintiéndole, robándole, o criticándole y apartándome de tus caminos.
Dame la confianza que necesito para apoyarme cada vez más en ti, que el estar contigo sea el alimento diario que sustente y dé fuerzas a mi corazón.
Señor, Gracias por tus bondades y gracias por permitirme orar ahí en lo íntimo de mi corazón donde tu moras, es el lugar que tú has elegido para decirme cuánto me amas y pueda cada día vivir seguro en el cumplimiento de tu Palabra, que tu Palabra sea esa agua cristalina que reanima mis fuerza y me hace andar con pie seguro aún en terreno resbaladizo. Eres mi socorro y mi refugio eterno y seguro y solo tú me sostienes. Cuando mi espíritu tiene sed puede llegar a tí y allí encontrar el agua que salta para vida eterna. Amén.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“DIOS ME CUBRE CON SU MANTO”

“Un buen soldado de Cristo”

Jesús, fijando en él su mirada, le amó