Han recibido ya el Espíritu Santo
Rom 8,14-15; Ef 1,13
En el Nuevo Testamento, Jesús lleva a su cumplimiento el Jubileo del Antiguo testamento, ya que Él ha venido a "predicar el año de gracia del Señor" (Is 61, 2). En efecto, Jesús llega un sábado a Nazaret y asiste a la reunión en la sinagoga, donde le entregaron el libro del profeta Isaías. Al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. (Lc 4,17-21).
Jesús había hablado en la sinagoga el día sábado muchas veces, según su costumbre (v. 16). Pero Jesús no había leído hasta entonces las Escrituras como lo hizo en ese día. El Espíritu del Señor le había ungido descendiendo sobre él para realizar su ministerio público. Por ello, este día al leer las Escrituras Jesús las experimenta con el poder nuevo de la unción y del envío del Padre.
La raíz más honda del jubileo cristiano se encuentra en la predicación y en la vida de Jesús. El año de gracia del Señor, con el que inicia su vida pública, es el tiempo en el que se hace presente el perdón y la liberación a todos. Es anuncio de la actualidad y presencia del Reino de Dios, asequible para todos.
Para Jaime, el Reino de Dios, es la vivencia y convivencia de este Amor Trinitario de Dios en nosotros y entre nosotros (cf. Lc 17,21), y el anuncio de este mismo Reino de Dios por todo el mundo con la vida y con la Palabra (cf. Mc 16,15)6. Celebramos, por tanto con júbilo, que Dios, Tres veces Amor, está presente en nosotros, entre nosotros, y que en la vida del Verbum Dei se ofrece al mundo como anuncio de gracia.(Carta Jubilar)
No estamos vacíos, ni puede estar hueco nuestro corazón si todo el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. El que enciende en nosotros el fuego de su Amor capaz de renovar la faz de la tierra, y empezando por nosotros nos brinda una mirada nueva de acogida y valoración de cuanto somos y tenemos.
Saber que "el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5, 5), nos llena de gozo, a la vez que nos ayuda a liberarnos de temores y complejos.
Así es el dinamismo del Espíritu, que desplaza de nosotros toda experiencia de soledad, melancolía, tristeza, nostalgia, desconsuelo, y nos permite disfrutar en la calidez de un Hogar en cuyo centro reside la Trinidad, nuestra Familia con mayúsculas.
Esta Buena Noticia orienta nuestra mirada hacia el interior para contemplar la presencia amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu que establece en nosotros su morada (Jn 14, 23). Por eso, nos entusiasma despertar en cada hombre y en cada mujer la conciencia de tan maravillosa realidad.
Guiados por el Espíritu y de la mano de María, nuestra Mamá querida, comprendemos cada día más y mejor como Jesús nos dice: "Yo estoy en mi Padre y ustedes en mí y yo en ustedes. El que tiene mis mandamientos y los guarda, éste es el que me ama y me manifestaré a él... Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 20-24).
Nuestro corazón tiene sed de más, tiene sed de amor pleno (Flp 3, 17-18). Esta "sed de más" procede de la grandeza del Amor que habita en nuestros corazones (Ef 3, 17-21).
Como discípulos hemos descubierto nuestra meta y dónde encuentra nuestro corazón su reposo. Por eso con seguridad afirmamos como Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21).
Cuando no estamos anclados en el amor buscamos agradar a los otros y ya no somos siervos de Cristo (Ga 1, 10). El dinamismo del Espíritu nos hace vivir como personas que han encontrado el Amor que buscaban. Por eso, no podemos ya vivir esclavos de los hombres, del que dirán, como aconseja Pablo a los corintios: “No se hagan esclavos de los hombres” (I Co 7, 23).
“Queremos entregarnos al Señor para que muchos le encuentren, se unan profundamente a Él y gocen de esta comunión. No queremos vivir para nosotros mismos sino para Él” (CVD # 58).
¡Que el Señor nos ayude a buscar complacerle sólo a Él!
Rom 8,14-15; Ef 1,13
En el Nuevo Testamento, Jesús lleva a su cumplimiento el Jubileo del Antiguo testamento, ya que Él ha venido a "predicar el año de gracia del Señor" (Is 61, 2). En efecto, Jesús llega un sábado a Nazaret y asiste a la reunión en la sinagoga, donde le entregaron el libro del profeta Isaías. Al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor. (Lc 4,17-21).
Jesús había hablado en la sinagoga el día sábado muchas veces, según su costumbre (v. 16). Pero Jesús no había leído hasta entonces las Escrituras como lo hizo en ese día. El Espíritu del Señor le había ungido descendiendo sobre él para realizar su ministerio público. Por ello, este día al leer las Escrituras Jesús las experimenta con el poder nuevo de la unción y del envío del Padre.
La raíz más honda del jubileo cristiano se encuentra en la predicación y en la vida de Jesús. El año de gracia del Señor, con el que inicia su vida pública, es el tiempo en el que se hace presente el perdón y la liberación a todos. Es anuncio de la actualidad y presencia del Reino de Dios, asequible para todos.
Para Jaime, el Reino de Dios, es la vivencia y convivencia de este Amor Trinitario de Dios en nosotros y entre nosotros (cf. Lc 17,21), y el anuncio de este mismo Reino de Dios por todo el mundo con la vida y con la Palabra (cf. Mc 16,15)6. Celebramos, por tanto con júbilo, que Dios, Tres veces Amor, está presente en nosotros, entre nosotros, y que en la vida del Verbum Dei se ofrece al mundo como anuncio de gracia.(Carta Jubilar)
No estamos vacíos, ni puede estar hueco nuestro corazón si todo el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. El que enciende en nosotros el fuego de su Amor capaz de renovar la faz de la tierra, y empezando por nosotros nos brinda una mirada nueva de acogida y valoración de cuanto somos y tenemos.
Saber que "el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5, 5), nos llena de gozo, a la vez que nos ayuda a liberarnos de temores y complejos.
Así es el dinamismo del Espíritu, que desplaza de nosotros toda experiencia de soledad, melancolía, tristeza, nostalgia, desconsuelo, y nos permite disfrutar en la calidez de un Hogar en cuyo centro reside la Trinidad, nuestra Familia con mayúsculas.
Esta Buena Noticia orienta nuestra mirada hacia el interior para contemplar la presencia amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu que establece en nosotros su morada (Jn 14, 23). Por eso, nos entusiasma despertar en cada hombre y en cada mujer la conciencia de tan maravillosa realidad.
Guiados por el Espíritu y de la mano de María, nuestra Mamá querida, comprendemos cada día más y mejor como Jesús nos dice: "Yo estoy en mi Padre y ustedes en mí y yo en ustedes. El que tiene mis mandamientos y los guarda, éste es el que me ama y me manifestaré a él... Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 20-24).
Nuestro corazón tiene sed de más, tiene sed de amor pleno (Flp 3, 17-18). Esta "sed de más" procede de la grandeza del Amor que habita en nuestros corazones (Ef 3, 17-21).
Como discípulos hemos descubierto nuestra meta y dónde encuentra nuestro corazón su reposo. Por eso con seguridad afirmamos como Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1, 21).
Cuando no estamos anclados en el amor buscamos agradar a los otros y ya no somos siervos de Cristo (Ga 1, 10). El dinamismo del Espíritu nos hace vivir como personas que han encontrado el Amor que buscaban. Por eso, no podemos ya vivir esclavos de los hombres, del que dirán, como aconseja Pablo a los corintios: “No se hagan esclavos de los hombres” (I Co 7, 23).
“Queremos entregarnos al Señor para que muchos le encuentren, se unan profundamente a Él y gocen de esta comunión. No queremos vivir para nosotros mismos sino para Él” (CVD # 58).
¡Que el Señor nos ayude a buscar complacerle sólo a Él!
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