“María nos enseña a orar alargando nuestra mente, Corazón y voluntad hacia la fuente”




Buenos días Familia del Cielo, Madre, gracias por el día que nos regalan, que es nuevo y lleno de sorpresas, que nuestra unión con ustedes sea fortaleza para los que la necesitan.

¿Cuál es tu intención Madre en este día? Quiero fortalecer el hombre interior, sus vidas interiores, porque ciertamente quiero ganar hondura en sus vidas. Me atrae Madre una vida con hondura, gracias por suscitar ese deseo de una profunda vida espiritual.

¡Cuánta gente sufre, experimenta realmente que la vida es dura, muy dura! Claro, porque es dura la vida requiere de una hondura de vida. Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados y edificados en el amor. Que sean capaces de comprender, con todos los creyentes, la anchura y altura y profundidad... y que conozcan este amor de Cristo que supera todo conocimiento. En fin, que queden colmados hasta recibir toda la plenitud de Dios. (Ef 3,17-19)
Es lo que centra la mente, el corazón y la voluntad, fijar los ojos en Cristo, para no vivir hacia a fuera, sino hacia adentro; pues la vida interior importa más que los actos externos. Hace unos días conversaba con una persona y nos dábamos cuenta que la historia de amor con su pareja de enamorados estaba llena de actos externos, actividades, pero no había relación, enamoramiento, vivencia como pareja de enamorados y María me hablaba de la importancia de no llenar las horas  de actividades sino las horas de vida. Es decir, poder tener la mirada puesta en Jesús como María, quien le recoge el ser, porque está al servicio de Jesús, disponible para él.

Por eso, nos invita a entrar en su silencio. Entra en mi silencio que no es soledad, ni pasividad, tampoco es evasión sino que pasando por todo lo que pasamos podemos alargar nuestra mente, el corazón y la voluntad mediante el diálogo a la fuente de Amor. Ustedes necesitan vivenciar mi silencio  elocuente en medio de todo que va modelando el interior y le va dando hondura a su vida, y raíz; ahí donde Dios es Dios, y Dios habla.

Hacer silencio de todo, de todos y de nosotros mismos, acallar el corazón, el interior, supone ejercitarse en esos diálogos prolongados desde la Palabra y darle tiempo a la Palabra para que se manifieste  y hable.
Dios por amor no calla, no se queda mudo ante las situaciones que vivimos, se deja escuchar. Por amor no callaré (Is 62,1-2) Por eso, nos enseña a tener diálogos prolongados porque Dios no se calla, para asimilar la Palabra que está muy cerca de nosotros, que la tenemos en los labios y en el corazón.

Is 48,5-10: Te lo anuncié antes de que sucediera para no digas: lo que escuchaste ya lo ves y ahora te revelo cosas nuevas, secretos que tu no conoces. Son cosas de hoy y no de ayer. Hasta ahora no las escuchaste, para que no puedas decir: “ya me lo sé”, ni las sabes, ni las has escuchado, tampoco las has saboreado, porque son nuevas.

Es sorprendente ver que ciertamente nos da Palabras nuevas, que llegan hasta nuestra mente, nuestro corazón, y nuestra voluntad. Las  pone cerca de nosotros: en nuestros labios y en nuestro corazón. Lo tenemos todo para vivir el milagro de la espera, esperar siempre en el Señor y confiar en el Señor, confiar en su palabra. 

Pues dichoso el hombre que pone su confianza en el Señor, semejante al árbol plantado cerca del río dice el profeta Jeremías:  Bendito el que confía en Yavé, y que en él pone su esperanza! Se asemeja a un árbol plantado a la orilla del agua, y que alarga sus raíces hacia la corriente… (Jr 17,7-9)

Pues la confianza en el Señor ayuda a seducir la mente, a atraer el corazón y conquistar la voluntad, va fortaleciendo todo el interior y lo va arraigando y fundamentando en el Amor. Nuestra existencia se va al mismo tiempo fundamentando en la Palabra. Dice el profeta Isaías: “Los cerros podrán correrse y bambolearse las lomas; mas yo no retiraré mi amor, y mi alianza de paz contigo no se bamboleará —dice Yavé, que se compadece de ti”.(Is 543,10)

Solo este Amor tiene fuerza para alargar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad hacia la fuente, hacia un dialogo prolongado que nos de vida, nos fortalezca y nos capacite a pasar por esas experiencias de tiempo de sequía, donde no sentimos a Dios, pero no nos impacientamos, porque no es lo que sienta de Dios lo que nos hace perseverar en el verdadero seguimiento de Jesús, sino Dios mismo quien me habla, me da su Palabra: “Los montes podrán moverse y correrse las lomas, más mi amor de tu lado no se apartará jamás. Te lo dice Yahvé tu Dios que está enamorado de ti”.

San Juan dice: es el Señor y le da fuerza a Pedro para lanzarse nuevamente al lago, para fiarse y abandonarse a su Palabra, en tiempo de sequía sigue dando fruto, porque nuestro fruto no depende del sentimiento sino de lo que Dios está trabajando en el interior de cada uno. El silencio de María es fructífero, porque ahí está trabajando y fortaleciendo la Palabra de Dios su vida interior.
María nos dice: ¡Qué certeza tan grande poder arraigarles ahí, en el fundamento de tu fe, de tu vida y de mi vida; en el Amor que no pasa! ¿Qué dice el Señor cuando experimentas que todo se mueve, que se cae? ¿Qué dice el Señor cuando todo termina, cuando se cae lo construido en ti, en los demás?

Todo puede moverse, todo puede caerse, pero mi amor de tu lado no se apartará jamás”, esto no te lo inventas, ni es consuelo de tontos, es Dios quien te lo dice, pues ante el desconcierto, el ofuscamiento que muchas veces viven, la confusión cuando no comprendemos el por qué de las cosas, el por qué de los acontecimientos.

Benedicto XVI dice: Cuando piensas que no tienes a nadie, reconoce que aún te queda Dios, cuando todo termina: aún te queda Dios, cuando no tienes a nadie que te escuche y  te comprenda, aún te queda Dios. Mi silencio es la vivencia de que AÚN ME QUEDA DIOS, SU AMOR DE MI LADO NO SE APARTARÁ JAMÁS. El Señor sabe que aún nos queda ÉL.

Madre enséñanos a vivir como tú: alargar nuestra mente, corazón y voluntad hasta quedar arraigados en Cristo, y como tú decir: “AÚN ME QUEDA DIOS”. Que podamos ser dichosos como tú, porque confiamos en el Señor, y en él ponemos nuestra esperanza.

Ustedes serán como yo, se podrán asemejar al árbol plantado a la orilla del agua, y que alarga sus raíces hacia la corriente, que  no tiene miedo de que llegue el calor, su follaje se mantendrá verde; en año de sequía no se inquieta, ni deja de producir sus frutos. (Jr 17,7-9) Serán felices si meditan la Palabra del Señor día y noche. Todo lo que hagan les resultará bien.  Salmo 1,2-4)

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