Pautas domingp

“Somos centinelas en el Cuerpo de Cristo”
(Ez 33,7-9)
En ciertas ocasiones de nuestra vida estamos vacíos, secos y sin vida plena, y solemos refugiarnos en el placer, tener y poder. Seguimos como autómatas el ritmo que la sociedad nos presenta,
Pero mucho más allá de todo ello, existe algo de mayor profundidad: es la gracia del Espíritu Santo que nos mueve a obrar con alegría, creatividad, que nos invita a darle ese tinte humano a la vida, siendo más fraternos, construyendo un reino de amor que Jesús nos vino a traer.
Así pues tenemos una misión jamás rendirnos ante la corrupción, sequedad y adversidades sino luchar contra nuestros caprichos, egoísmos que implican vida para mí y mis hermanos y ¿cómo lo haremos?
A través de la predicación de la Palabra, porque a través de ella  Dios jamás perderá su poder ni su razón de ser. El interés humano cambiará con cada generación, pero los medios de Dios para dirigirse a la necesidad humana jamás cambiarán.”
La Palabra de Dios que transforma vidas y el poder de su Espíritu Santo: sanan heridas, palabras que sacian la sed, palabras que rompen las cadenas y liberan a los cautivos, palabras que dan Vida eterna. En 1 Corintios 1:18: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”
El profeta Ezequiel vivió en tiempos desesperantes, pero recibió de Dios un mandato: el de salvar a su pueblo.
El destino de  nuestros hermanos está en nuestras manos. Pero el privilegio más alto y más grande es ser escogido para ser un mensajero de Dios. Ezequiel  revela que el mensaje de Dios predicado en el poder de Dios puede transformar vidas. Puede impactar naciones y cambiar al mundo. La predicación ungida por el Espíritu es el medio que Dios usa para desatar su poder en el mundo y así cumplir con su obra.
La mano del Señor llevó a Ezequiel en el Espíritu y lo puso en un valle lleno de huesos secos. Él lo supo en diálogo íntimo, amoroso con Dios, nosotros al igual que Ezequiel, si queremos estar seguros de que estamos donde el Espíritu del Señor quiere que estemos, predicaremos con convicción, daremos la Palabra con dedicación, y perseveraremos durante el tiempo de huesos secos hasta que veamos a Dios manifestarse, permaneceremos unidos a Él, para dar mucho fruto por generaciones sin fin.
Ezequiel fue puesto en medio de un enorme campo de batalla donde cientos de miles habían sido asesinados. Los buitres se habían reunido ahí una y otra vez. Las lluvias habían lavado los huesos dejándolos limpios. Los huesos estaban blancos, habiéndolos blanqueado el sol. No había señal de vida. Pero aquí es donde el Espíritu puso a Ezequiel para que  predicara.
El Espíritu Santo nos ayudará a ver la condición de nuestros hermanos y hará que nuestro corazón sea sensible a sus necesidades, cuando seamos sensibles al Espíritu.
Oímos hablar de predicar a las necesidades percibidas de la gente. Pero Israel en ese día no sabía cuál era su verdadera necesidad. Puede que el pueblo haya sentido que su verdadera necesidad era ser liberado de la cautividad babilónica. Pudieron haber creído que su necesidad era regresar a su hogar en Jerusalén. Pero el Espíritu mostró a Ezequiel su verdadera condición y necesidad.
Podemos meternos en la mente de nuestros hermanos pero ellos quizás no sepan cuál es su propia necesidad espiritual.
Cuando Ezequiel contempló la triste escena, dos pensamientos le surgieron a la mente. Primero, los huesos eran muchos. La necesidad era abrumante. Segundo, los huesos estaban muy secos. La condición era intensamente desesperante y es allí donde decimos: “Señor, necesito oír de ti. Dios,  tu voz, dame tu Espíritu con la Palabra adecuada y que pueda llegar a tiempo  para dirigirme a este hermano y que tu Palabra haga revivir a estos huesos secos porque humanamente hablando, es imposible que esos huesos vivieran pero con la fe en su Palabra se pueden ver vidas transformadas.
Dios sólo pide de nosotros el ser fieles para predicar al hermano a pesar de lo que vemos ante nosotros. ¿Pueden vivir estos huesos? El poder de Dios no está limitado por nuestras circunstancias. La Palabra de Dios no está atada por la indiferencia del hombre. La Palabra de Dios es viva y poderosa.
Debemos profetizar. Profetizar quiere decir hablar por Dios. Debemos dejarnos guiar por el Espíritu Santo  que va  acompañado del poder de la Palabra.
Y eso lo sabremos si como Jesús todo lo consultamos con el Padre para que sea  Dios quien hable por medio de nosotros con una fuerza de “así dice Dios, Jesús, el Espíritu santo”. Pablo no vino con excelencia de palabra ni con sabiduría sino más bien, vino en debilidad, temor, y mucho temblor. Su discurso no fue con las palabras persuasivas de la sabiduría humana, sino con el  poder de la Palabra y del  Espíritu.
Debemos ser fieles en dar la Palabra,  con el corazón de Dios. Quien escucha de Dios hasta el más mínimo ruido y temblor es porque su corazón es sensible al Amor que Dios nos tiene y quiere que todos los hermanos sean amados y se sepan amados.


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