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María nos ayuda a crear comunión
Rom.14,7-9; Mateo 18,21-35
Jesús habla que el fundamento del amor, es el perdón, hasta siempre,  y sus  expresiones, los frutos que brotan de ese perdón   son motivo de la inmensa alegría de los discípulos  porque si queremos crear comunión nuestro centro de todo es el amor de Jesús: es tal que  es capaz de redefinir completamente el modo como comprendemos nuestras relaciones con los demás.
María,  la Madre buena nos dice: “Ámense,  como Él les ama”  Porque si  vivimos, vivimos para él, y si morimos, morimos para él. Tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Señor.  Por esta razón Cristo experimentó la muerte y vive, para ser Señor de los muertos y de los que viven. El comportamiento de Jesús hacia sus discípulos define el verdadero amor.   
¿Cómo fue el amor de Jesús con sus discípulos?  Las características del amor de Jesús, notaremos que son: Dio su vida por ellos; los hizo sus amigos y no simplemente sus servidores; les confió la misión.
Nos queda ahora un desafío: amar desde la comunión con Jesús. Aceptar el espacio en que vivimos como un desafío para transformarlo a fondo desde nuestros frutos de vida cristiana. Darse de esta forma, en el compromiso y la oración, esto es lo que es “amarnos los unos a los otros”. Este es el verdadero amor, el amor crucificado con Cristo en la Cruz. Su amor comprometido, su amor orante, capaz de transformar todo lo que le rodea y ser luz en medio de las tinieblas, dignidad en medio de la humillación, resurrección en medio de la muerte.  Esto sí que es amor.
El teólogo, Karl Barth, a quien una vez le preguntaron, “¿Cuál es la verdad más profunda en la Sagrada Escritura?”, él respondió: “Que Jesús me ama, esto es lo que yo sé”. Desde aquí entenderemos las lecturas de hoy.
La otra cara de la moneda es  el odio. Mientras el amor le dice “sí” al otro y está feliz porque el otro existe, el “odio” le dice “no” y se esfuerza por eliminarlo.
Precisamente  María nos enseña a amar en medio de las dificultades, oposiciones, presiones de todo tipo, persecuciones, resistencias de parte de las  personas.  De ahí que tenga que aprender una nueva lección: cómo lidiar con las personas y con las situaciones adversas., como lo hacía María, Ella es  maestra en ello verla amando  en medio de la persecución, del odio, pero  su fe en Dios la mantiene firme en su ¡SI! Que a cada paso difícil, lo renueva, bien podría cantar con  Habacuc,  Pues aunque no florezca la higuera,  ni den las viñas uva en adelante;   aunque falte el producto del olivo   y se niegue la tierra a darnos pan;   aunque no tenga ovejas el corral,   y se queden sin bueyes los establos;   yo seguiré alegrándome en Yavé,   llena de gozo en Dios, mi Salvador.   Yavé, que es mi Señor, es mi fuerza, él da a mis pies la agilidad de un ciervo  y me hace caminar por las alturas. Habacuc 3,17-19
Ese es el discípulo, una persona distinta a lo que antes era. La persecución no puede ser evitada, pero sí puede ser manejada con una actitud cristiana distinta. Saber que somos amados y amamos, porque María insistentemente nos estará rogando: ¡Hagan lo que Él les diga!
El amor recibido es el que nos hace capaces de amar.  Es así como Jesús nos cuenta el secreto de su vida, de su alegría, de su fecundidad misionera, Él dice: “SOY AMADO”: “Como el Padre me amó, yo también les he amado”.  Igualmente el discípulo  es uno que ha sido amado, también debe presentarse diciendo “YO SOY UNO QUE HA SIDO AMADO”.


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