“Él les enseñaba como quien tiene autoridad”


Esta mañana al empezar la oración le daba gracias al Señor por salir, como el buen sembrador a depositar en nosotros la buena semilla de la palabra (Mateo 13,3), esta palabra que como dice el libro de Isaías; empapa nuestra tierra, la prepara para dar fruto y no retorna a Dios sin haber hecho lo que era su deseo (Isaías 55,10-11): Le agradecía al Señor, que sea Él quien nos dé, primero, aquello que espera de nosotros: paciencia, servicio, generosidad, perdón, fe, justicia, fidelidad, etc. Es el Señor quien nos regala cada día, por medio de la palabra, el poder vivir como hijos suyos, como discípulos y misioneros de Cristo, sin él, como dice Juan, no somos nada, de él nos viene todo.

Yo esta mañana le decía al Señor: Señor, si tu palabra tiene el poder de darnos la vida, de renovar todas las cosas, de dar fecundidad y plenitud a nuestra vida, porque muchas veces, en la práctica, no podemos saborear los frutos de la palabra, el señor me decía no depende del Sembrador, tampoco de la semilla sino en la tierra y en el como ésta recibe lo que viene de mí. 

De ahí que le pedía al Señor: Enséñame a acoger tu gracia, dame un corazón permeable a tu voz, sencillo, creyente, atento, obediente a tu deseo, porque en ello esta la vida, no sólo la nuestra sino también la de aquellos que por pura misericordia, el señor hace depender de nuestra fe, de nuestra fidelidad y unión a Él, dame Señor, lo que necesito para acogerte.
Nuevamente el Señor, esta mañana nos invita a escuchar, pero no de cualquier manera, sino como aquel que se dispone a poner por obra lo que escucha, porque reconoce la voz y la autoridad de quien le habla, nos llama a escucharle con fe y confiando en su sabiduría y amor.

Hoy se nos propone, para la oración, la cita de Mateo 7, 28-29:
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.”

Yo le preguntaba a nuestro Dios esta mañana: Cuando tu terminas de pronunciar tus palabras ¿qué queda en mí?, es más Señor, ¿te dejo terminar de expresarme lo que quieres transmitirme?, reconocía que muchas veces en la oración parto de mí, de mis urgencias y falta la total disponibilidad de quien le dice: habla Señor que tu siervo escucha (1samuel 3,10); aquí estoy Señor para hacer tu voluntad (Hebreos 10,7), vengo ante ti, Señor, como una hoja en blanco, esperando que tu escribas en  mí tu deseo. 

Le decía el Señor, es verdad que cuanto vivimos, de algún modo ya determina el cómo yo me acerco a ti y que vengo cargado de necesidades y esperanzas; es verdad que vengo también, porque tú me ensanchas el corazón, con las necesidades de mis hermanos, pero ello no tiene porque restarme la apertura del corazón. Le pedía al Señor que me enseñe a postergar mis urgencias e incluso mis intuiciones, para aprender a escuchar sin trabas lo que él quiere decirme cada día.

Volvía a preguntarle entonces, ¿qué queda en mí, después de escuchar tus palabras?, ¿queda solo el asombro, como en la multitud que te oía en aquel sermón en la montaña? El señor me decía, el asombro queda en la multitud, en el que sigue de lejos, del discípulo se espera que ponga por obra la palabra que me ha escuchado decir, que me crea y viva en consecuencia con la fe que me tiene.

En el trozo del evangelio que se nos invita a dialogar con nuestro Dios hoy se nos manifiesta que el asombro de la multitud radicaba en que Jesús enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas, que conociendo la palabra y enseñándola a los demás, muchas veces lo hacían de manera teórica, careciendo de fuerza; pero sobre todo de autoridad. Yo reconocía, contemplando a Jesús, en medio de su predicación, que el peso y la autoridad de Jesús no radica en el tono de sus palabras, en la elocuencia de su discurso, en la coherencia de los términos o ejemplos que emplea, la autoridad de sus palabras radica en su propia persona; en el peso de una vida coherente, con el mensaje que expresa. 

La autoridad de las palabras de Jesús se fundamenta en la vivencia de su fe en el Padre, ya que Jesús ha creído cada una de las palabras que ha escuchado al Padre y se ha lanzado a vivir conforme a su fe, allí está la fuente de su autoridad. Pero esta mañana me decía a mí Jesús: ¿Tú reconoces mi autoridad, cuando yo te dirijo la palabra?  ¿Eres capaz de reconocerme como DIOS Y SEÑOR o me contemplas y escuchas simplemente como un buen modelo a seguir? ¿Quién soy yo para ti?, porque de llo dependerá la atención que tú le pongas a mis palabras.


Esta mañana encontraba la necesidad de pedirle, nuevamente al señor, la gracia de conocerle, de reconocerle como mi Dios, mi redentor, mi camino, verdad y vida; estoy convencida que hacer experiencia de esto último es una gracia, por eso se lo pedía a Él de corazón.

Esta mañana, pidamos a nuestra madre María que nos enseñe a escuchar como corresponde a los discípulos; pero sobre todo que nos contagie de su confianza en la bondad de Dios, que ha sido fiel por generaciones, que es un Dios providente y para el cual nada hay imposible, que en esta mañana María nos ayude a decir: Aquí esta el servidora, el servidor del Señor, que se haga en mí conforme a su palabra.
Que Dios y nuestra madre nos bendigan:
Pilar

Comentarios

Entradas populares de este blog

“DIOS ME CUBRE CON SU MANTO”

“Un buen soldado de Cristo”

Jesús, fijando en él su mirada, le amó