“¿Quién confió en el Señor y quedó confundido?”

Esta mañana, empezar la oración le pedía al Señor como Abraham, en génesis 18, 3: "Señor mío, si te he caído en gracia, por favor no pases de largo cerca de tu servidor” y con estas palabras le pedía al señor poder dar con su presencia, hacer experiencia de su amor, abandonarme en sus manos, dejarme transformar por Él. Encontraba la necesidad de hacer a Dios esta súplica, porque me costaba centrarme, quizá producto del cansancio del día de ayer. Como quiera que fuere, le pedía al Señor que este tiempo no fuera un ejercicio frio, sino una experiencia de verdadero encuentro, sin el cual no puedo decir que haya orado, puesto que la oración es el encuentro de dos personas, de dos voluntades, de dos amigos, porque como decía santa Teresa: “la oración es tratar de amistad muchas veces y a solas con quien sabemos nos ama”.
Esta semana, se nos invitaba a asimilar la palabra y vamos entendiendo, en comunidad, que asimilar la palabra es asimilar la voluntad de Dios en nuestra vida, una voluntad que se va manifestando en estos tiempos de oración; pero también a través de las circunstancias del día a día e incluso por medio de quienes ni siquiera nos imaginamos. Hacer la voluntad de Dios implica, darle crédito a Dios, fiarnos a sus manos; en resumidas cuentas es dejarle a Dios ser Dios de nuestra vida y ello implica una experiencia previa de su amor y fidelidad.
Yo le decía al Señor, pensando en cada uno de los hermanos que recibirán este compartir de la oración: “creo Padre, que ninguno podría decir que no ha comprobado, de algún modo, en carne propia tu amor y fidelidad, creo que basta el reconocer que hemos sido cuidados y amados humanamente para tener ya mucho que agradecerle a Dios, por todo lo que ha hecho y aún hace por nosotros; pero si ello no fuera suficiente; la palabra nos invita hoy, en eclesiástico 2,10:
“Fíjense en las generaciones pasadas y vean: ¿Quién confió en el Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado? ¿Quién lo invocó y no fue tenido en cuenta?”
La palabra me invitaba a reconocer, a lo largo de la historia de salvación, que Dios es digno de confianza, que es un Dios bueno y fiel. Esta mañana entendía que Dios me decía:, quizá hablar de la historia de salvación suene, para algunos de tus hermanos, como una expresión teórica y distante a su realidad; aunque ésta sea real; quizá le resulte más cercano invitarle a mirar entre las personas de fe que conoce o ha conocido, que ninguno que haya confiado en mí quedo defraudado.
En la oración de hoy, el Señor me hacía recordar a mi abuela, una mujer de una fe sencilla; pero que amaba mucho al Señor y supo hacer de Él su compañero y su fuerza, una mujer que sacó adelante, sola. a sus siete hijos, si bien ninguno de ellos llegó a ser un gran personaje han sido hombres y mujeres buenos, que han sabido inculcar en sus familias unos valores, que hoy puedo reconocer que son cristianos; una mujer que en medio que tuvo que sufrir el dolor de perder a una hija muy joven, a causa del cáncer y más tarde, ella misma enfermar de aquel mal; pero que nunca dejó de bendecir a dar gracias a Dios: porque el Señor, en su infinita sabiduría, sabe darnos lo que necesitamos, Dios es providente; estas son palabras que mi abuela repetía constantemente y supo inculcarnos; aunque éramos aún niños cuando ella murió. Volvía a escuchar las palabras del eclesiástico: “Fíjense en las generaciones pasadas y vean: ¿Quién confió en el Señor y quedó confundido?” y reconocía que ellas son ciertas.
El día de ayer también, en el retiro que tuvimos en la casa de Barranco, nos compartían que el Padre Juan Luis Lazarte, sacerdote jesuita, a quien muchos de nosotros conocemos, está bastante mal; pero que en medio del dolor de la enfermedad no ha dejado de ser, para quienes tienen la gracia de verlo, ese rostro de la ternura y la misericordia de Dios, que nos salía al encuentro en la confesión, en una homilía, una conversación, un consejo, un chiste e incluso unos ricos biscochos y otros regalos, muchos que hemos recibido de él y que nos iba procurando como medios para el encuentro con Dios, esta mañana recordando al padre Juan Luis le daba gracias a Dios y se me hacia real la palabra del eclesiástico.
Reconocía a través de la experiencia del adre Juan Luis y de tantos hermanos y hermanas de mi comunidad que viven el dolor con alegría, que ellos han sabido fiarse en el Señor y su confianza no ha sido defraudada. Solo un Dios que es amor puede sostener nuestra vida y en medio de cualquier experiencia, por dura que esta sea mantenerla en la alegría y la esperanza y ello es así porque como continúa diciendo el eclesiástico:
“el Señor es misericordioso y compasivo, perdona los pecados y salva en el momento de la aflicción.”
Reconocía que Dios solo puede sostener a quien se fía en su amor y fuerza, mientras que para quien desconfía de Dios y pone su vida en otras manos, aunque sean las propias, las cosas son distintas, como lo dice la propia palabra:
“¡Ay de los corazones cobardes y de las manos que desfallecen, y del pecador que va por dos caminos! ¡Ay del corazón que desfallece, porque no tiene confianza! A causa de eso no será protegido. ¡Ay de ustedes, los que perdieron la constancia! ¿Qué van a hacer cuando el Señor los visite?”
Ahora bien, volviendo a la llamada de estas semanas a hacer la voluntad de Dios, me daba cuenta que en medio de toda circunstancia Dios expresa su voluntad y que requiere de un corazón atento para descubrirla, si bien muchas de nuestras experiencias humanas no son directamente mandadas por Dios, en medio de ellas, Dios puede pronunciar una palabra, lo que espera de nosotros en medio de ello y lo único que nos pide es confiar en Él:
“Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras y los que lo aman siguen fielmente sus caminos. Los que temen al Señor tratan de complacerlo y los que lo aman se sacian de su Ley. Los que temen al Señor tienen el corazón bien dispuesto y se humillan delante de él”

Estas mañana el Señor me hacia reconocer el temor de Dios como una confianza profunda en su bondad y me alegraba mucho el pedírselo, porque solo tras la experiencia de fiarnos plenamente de Dios somos capaces de apostar por la vida, por la propia y la del hermano y seguir esperando en nuestro mundo, a pesar de todas las contradicciones que vemos en él.
Finalmente, terminaba mi oración con la invitación de la palabra a creer que nada de nuestra vida se escapa de las manos de Dios y a abandonarnos en sus manos con total confianza:
"Abandonémonos en las manos del Señor y no en las manos de los hombres,
porque así como es su grandeza es también su misericordia".
Que nuestra madre María nos ayude a fiarnos de nuestro Dios y optar por su voluntad en este día.
Pilar

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