El Magnificat
Lc. 1, 49

Probablemente la oración más humilde registrada en la Escritura, nos señala ciertos principios básicos para nuestra propia oración. María reconoce la verdad de la majestad de Dios y la sencillez de su propia identidad.
Hoy, cada día estamos llamados a vivir en la fe para poder descubrir el paso de Dios en medio de nuestras vidas cotidianas y, aprender a reconocer a Dios llevando nuestra historia. Se trata de ver, como María, con la mirada de Dios, reconocer que nuestra historia es una historia que Dios va guiando y en la que Dios va actuando. Es una mirada de fe, porque muchas veces miramos nuestra historia y pasado sin fe, más bien con derrotismos o pesimismo, sin fe, o fijándonos en lo que no va bien.

Hoy, María, nos comparte su experiencia de fe, su vida leída a la luz de la palabra y de reconocer a Dios trabajando en su historia.

Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.

Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.» Lc 1,46-56

Esta es la experiencia de María, pero, a veces sólo nos acercamos al magníficat y lo leemos como en un momento donde a María todo le iba bien, sin embargo, que diferente es escuchar el magníficat de María sabiendo de sus penalidades, la incomprensión, la huída a Egipto, y sobre todo la muerte de su hijo… situaciones bien difíciles que tuvo que atravesar, y sin embargo, maría proclama el magníficat. Dios es magnífico, es grande.

Aprender a orar de la mano de María es aprender a ver mi vida como un magníficat, donde como María pueda descubrir que Dios es el fuerte, es el que hace en nuestro favor maravillas. Y, sobre todo reconocer que como a María, cuando nos fiamos de los planes de Dios, nuestra vida tiene trascendencia y como María podremos decir: todas las generaciones me llamarán bienaventurada.

Pautas tomadas de la Comunidad Verbum Dei de Puebla.

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