María es Medianera de todas las gracias.
(Lc 1,26 – 28; EFMVD 230)

EFMVD 230. María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, de Cristo cabeza y de cada uno de los miembros de su Cuerpo, es nuestra verdadera Madre. Por ser Madre suya la quiso Dios llena de gracia, con la insondable riqueza divina que conlleva la plenitud del amor-vida de Dios en Ella. Por ser Madre nues­tra, de todos los hombres, Dios la ha constituido medianera de todas las gracias y dones suyos, en bien de todos y cada uno de sus hijos. 

La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» (Lc 1,26-28)

En los escritos de Jaime nos dice que amar a María es acogerla en mi casa, de por vida, en condición de mi verdadera Mamá, sabiéndome verdadero hijo suyo, pasando a ser mi casa ya la casa de María para siempre. Amar a María es convivir con Ella, dialogar con Ella, compartirlo, comentarlo todo con Ella, sin reserva alguna.

Amar a María es poner en común con Ella sus problemas y los míos, los intereses de ambos, las aficiones y caprichos, los gozos y tristezas, la oración y recreos, las diversiones y pasatiempos. Amar a María es ir dando preferencia a sus cosas, a sus preocupaciones, a sus amores, a sus gustos y agrados; es irme interesando fuertemente y metiéndome de lleno en las críticas situaciones de su inmenso hogar.

Esto define lo que es una madre y como tal la medianera ante Dios y los hombres.

Cuando Ella dio su ¡SI!  Estaba aceptando ser el lazo que unía a Dios y todos los seres humanos de la tierra. Para mí, es como mi mamá biológica siempre tan solícita e interesada por lo que le pasa a cada  hijo, y es más cuando nos mostramos temerosos, de dirigirle la palabra a mi papá o a mis hermanos porque les hice algo malo, ¿Quién hace de medianera? Al menos en mi caso, siempre mi mamá decía al ofendió ¡No es para tanto! ¡Estaba distraído! ¡Ni cuenta se da de lo que ha hecho! Siempre buscaba un pretexto para paliar nuestros castigos, nuestras penas.

Yo me imagino a María así, al pie del Padre y a la vez al pie de los hijos que Jesús le ha confiado: Madre, ¡He ahí a tu hijo! (Lucas 19, 26-27)  y uno aunque tenga miedo de sus pecados, de las ofensas, caprichos, obsesiones,  está pendiente para interceder ante el Padre, diciéndole ¡Ya dale tal gracia, la necesita! O ¡Perdónalo pues es muy niño, o muy distraído, o no sabe lo que hace! ¡Ya aprenderá! Ella inventa mil recursos para nuestro bien.

Seguro que intercede para que el Padre nos envíe el Espíritu Santo para aprender a pedir y cómo pedir, es muy indispensable, porque si para  convivir con los que nos rodean a veces necesitamos mediadores, lo mismo sucede con  María porque Ella permanece en la presencia del Padre y  en un  diálogo vivo y palpable que vamos teniendo con el Padre, Ella nos ayuda en nuestras peticiones, nos abraza y nos acaricia hasta que el Padre nos conceda lo que le pedimos.

Siendo personas, necesitamos sentir un afecto humano,  también el afecto de nuestra madre, que es un regalo que Dios nos ha dado, Ella  vive en la presencia del Señor y vive en espera. 

Ante nuestras realidades, es muy difícil creer esto, entenderlo es más, pero cuando se tiene la disponibilidad a la palabra de Dios, ahí es donde  necesitamos creer que por ser Madre nues­tra, de todos los hombres, Dios la ha constituido medianera de todas las gracias y dones suyos, en bien de todos y cada uno de sus hijos.

Cuando María se le presentó a Santa Luisa de Marillac, se presentó con anillos en cada dedo y de los cuales salían rayos menos de uno y Santa Luisa le pregunto ¿Qué significa eso? De los anillos que salían rayos significa todas las gracias que Ella le pide a Dios y nos las hace llegar, pero del anillo que no salía rayos eran las gracias que  nosotros no pedimos o no sabemos pedirlas.

Vamos a dirigirnos a María con toda la confianza de hijo y decirle como ese niño que la queremos más que a nadie porque nos cuida, nos protege y nos lleva a Jesús para que hagamos lo que Él nos dice.


Comentarios

Entradas populares de este blog

“DIOS ME CUBRE CON SU MANTO”

“Un buen soldado de Cristo”

Jesús, fijando en él su mirada, le amó