Pautas lunes
El viene a Hacer Maravillas
Esta mañana, al despertar, agradecía mucho al Señor el don de su presencia, su estar para nosotros una vez más. Daba gracias al Señor que ésta sea la realidad mas grande de nuestra vida, el que la promesa de Dios hecha por Jesús se ha cumplido Él se ha quedado con nosotros todos los días Mateo, 28,20. De ahí que nuestra vida es permanentemente una vida en compañía. Dios está y está actuando para nuestro bien. El Espíritu me recordaba las palabras de Jesús de Juan 5,17: “Mi padre siempre trabaja y yo también trabajo”
Nos acercamos cada vez más a la celebración de la navidad y en este adviento Dios, por medio de la iglesia y la comunidad, nos concede la gracia de hacernos conscientes de que Él sigue trabajando en el mundo, en nuestra historia para hacer realidad su promesa del Reino. Un Reino que ha de encarnarse primero en corazones humanos, en los nuestros, ya que, por su gracia, hemos sido llamados a trabajar por él. Esta mañana, el señor vuelve a invitarnos a acoger el Reino, a renovar nuestra opción de ser trabajadores en su obra con la confianza de que él ésta de nuestro lado.
En la carta a los romanos en el capitulo 8, versículo 28, nos dice Pablo: “Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio”. Le preguntaba al Señor qué significaban estas palabras y podía entender de Dios, que él mismo respalda nuestro obrar cuando es conforme a su voluntad. Dios dispone todo para bien, todo lo que hacemos buscando su querer, que siempre redunda en bendición par sus hijos.
Se me hacia muy fuerte reconocer la dignidad que Dios nos ha concedido, en tanto discípulos del Reino; bendecir el mundo con nuestra vida, con nuestra presencia y obrar, tal como lo hizo Jesús, quien pasó por el mundo haciendo el bien y sanando el dolor de los hombres. Hechos 10,38. Somos nosotros, con nuestra fragilidad y nuestra pequeñez a quienes ha llamado el señor para ser humanidad de añadidura de Jesús, conforme lo señala Pablo:
“En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.” Romanos 8,29-30
Somos humanidad de añadidura de Jesús, somos Cristo para el mundo, estamos llamados a serlo y frente a esta confianza que Dios tiene con nuestra vida; me surgía una suplica al señor: quédate señor conmigo, ayúdame a poder vivir mi vocación. Es cierto que frente al cómo Dios ve nuestra vida nos sentimos desbordados e incluso surge cierto temor; pero la palabra nos anima, si Dios nos ha llamado, Él es quien nos capacita para vivir nuestra vocación, sólo necesitamos permanecer en su amor, como nos lo ha dicho el mismo Jesús y esto último también lo garantiza el Señor. Esa es la experiencia de Pablo, quien habiendo respondido a la llamada del Señor, descubre permanentemente que Dios es quien sostiene su vida, que nada se escapa de sus manos y que no hay situación de la vida que nos pueda apartar de su amor. Así nos lo expresa en un himno hermoso:
“¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.”
La experiencia de San Pablo es ciertamente hermosa y se convierte para él en roca y acicate; pero no es una experiencia que se improvisa es el resultado de una vida que aprendió a fiarse de Dios, a dejarse conducir por él, que se atrevió a dar pasos allí donde no había garantías de éxito, que continuo creyendo en las promesas de Dios aun cuando las evidencias las hacían ver lejanas, una vida que se supo bendecida y hecha bendición, con la conciencia de estar siempre en camino.
Le pedía a nuestra madre, en la advocación de la virgen de Guadalupe, cuya fiesta celebramos hoy, que nos conceda la gracia de ir adentrándonos a esta experiencia de confianza radical en el amor de Dios, que es la que posibilita el que Dios pueda hacer maravillas en nosotros y, a través nuestro, en los ambientes en los que cada uno de nosotros se encuentra.
Virgen de Guadalupe, madre del adviento, ayúdanos a esperar en Dios y danos la fe para poder reconocer el cómo sus promesas van haciéndose realidad.
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