Nos llama a vivir en comunidad
Mc.3, 13-14; Luca
10,1-3
La llamada que nos hace Jesús, es una llamada al
Amor-Vida en comunidad, en nuestro hogar, trabajo, universidad, vecinos, nos invita a abrirnos a nuevos horizontes,
nos invita a vivir a su estilo, a su mismo ritmo.Jesús ha puesto su mirada en nosotros para ser
protagonistas de una historia de Amor, historia de salvación de los nuestros.
Jesús nos llama desde lo que somos y estamos haciendo, como a sus primeros
discípulos desde su labor de pescadores, que se ganaban cada día su alimento
con el sudor de su frente. El nos llama porque nos conoce; débiles, pecadores,
a nosotros nos toca fiarnos de Él, y
saber que la garantía del amor que queremos dar está en su fuerza, en su amor,
en ese vivir dialogando continuamente con Él. Jesús se dirige a nosotros con una intención de
que aprendamos a vivir en comunidad, no sólo se reduce a nuestra vida, sino que
nos llama como a María a ser felices por generaciones y como Ella responder con
todas nuestras capacidades a la necesidad de Jesús en el mundo.
Aunque hable cinco idiomas y tenga tantos conocimientos que pueda hablar
de innumerables temas, si no tengo suficiente amor para no contar chismes ni
menospreciar a otros, no solo soy mucho ruido y pocas nueces, sino una persona
destructiva.
Y aunque lea mucho la Biblia y me sepa partes de ella de memoria, y rece todos los días y tenga mucha fe y otros dones espirituales, si no tengo suficiente amor para sacrificar algunos deseos personales por el bien de otros, mi supuesta espiritualidad no vale nada.
Y aunque tenga dos empleos para dar de comer a mi familia, contribuya a obras de beneficencia y ofrezca ayuda voluntaria a toda labor comunitaria que se presente, si no manifiesto amor y bondad a quienes me rodean, mi arduo trabajo y mis sacrificios personales carecen de valor.
El amor tiene un día largo, fatigoso y desesperante en la oficina, y no reacciona con brusquedad ni mal genio. El amor participa de la alegría del que obtiene todas las oportunidades. El amor no tiene que conducir el automóvil más llamativo, vivir en la casa más grande ni disponer de los aparatos más avanzados.
El amor no siempre debe ser el jefe ni tener la última palabra.
El amor no es tosco ni grosero, y no refunfuña, ni trata de hacer sentir culpables a los demás, ni los presiona para conseguir lo que quiere.
El amor está demasiado ocupado en atender las necesidades ajenas para pasar mucho tiempo preocupándose por las propias.
El amor no se altera cuando las cosas no salen como él quiere.
El amor es rápido para creer lo mejor de las personas y lento para creer lo demás.
El amor detesta que le cuenten chismes. Solo quiere hablar de las buenas cualidades de nuestros semejantes y lo bueno que han hecho.
El amor sabe que lo que escuche, observe y lea influirá en sus actitudes y acciones, y por tanto, en los demás. Por eso, da mucha importancia a cómo emplea el tiempo.
El amor es flexible, se lo toma todo con calma, y puede hacer frente a todo lo que surja.
El amor siempre está listo para dar a los demás un margen de confianza, y espera lo mejor de ellos.
El amor quiere verlos desarrollar su plena capacidad y hace todo lo posible para que así sea.
Al amor nunca se le agota la paciencia, ni siquiera con quienes son lentos para hacer su parte o lo que les corresponda.
El amor no mira constantemente el reloj mientras otros hablan.
El amor nunca falla. Yo decepciono a otros, y otros pueden defraudarme. Todos metemos la pata, nos equivocamos a veces o nos confundimos.
En muchos casos, nuestras palabras y actos se quedan cortos, y nuestras ideas luminosas no siempre se interpretan de la manera que queremos o esperamos.
Somos humanos y fallamos, y con frecuencia somos insensatos.
Lo que entendemos del mundo en que vivimos, no digamos ya del mundo futuro, es parcial en el mejor de los casos.
Pero cuando el Espíritu del amor de Dios vive en nosotros, lo cambia todo.
Aunque en realidad somos niños en cuanto a poner en práctica el verdadero amor, Dios puede ayudarnos a crecer y abandonar nuestra conducta infantil.
Sin Él, no tenemos la menor idea de lo que es amar y de lo que más importa en la vida. Sin embargo, cuando vivimos en Su reino —el reino de los Cielos, que según Jesús está incluso ya dentro de nosotros—podemos ver desde la perspectiva de Él, tener bien definidas nuestras prioridades, hacer uso de todos los recursos posibles y vivir y amar a plenitud.
En la vida hay mucho de agradable y de bueno, ¡pero nada tan bueno e importante como el amor!En la vida, lo mejor siempre trae en su envoltorio una etiqueta que advierte de sus riesgos.
Se desata el regalo, y junto con el riesgo se asume la alegría. La paternidad es así.
El matrimonio es así. La amistad también.
Para vivir la vida a plenitud, hay que exponerse ante el abismo sin fondo de la vulnerabilidad.
Esa es la esencia del amor verdadero.
Y aunque lea mucho la Biblia y me sepa partes de ella de memoria, y rece todos los días y tenga mucha fe y otros dones espirituales, si no tengo suficiente amor para sacrificar algunos deseos personales por el bien de otros, mi supuesta espiritualidad no vale nada.
Y aunque tenga dos empleos para dar de comer a mi familia, contribuya a obras de beneficencia y ofrezca ayuda voluntaria a toda labor comunitaria que se presente, si no manifiesto amor y bondad a quienes me rodean, mi arduo trabajo y mis sacrificios personales carecen de valor.
El amor tiene un día largo, fatigoso y desesperante en la oficina, y no reacciona con brusquedad ni mal genio. El amor participa de la alegría del que obtiene todas las oportunidades. El amor no tiene que conducir el automóvil más llamativo, vivir en la casa más grande ni disponer de los aparatos más avanzados.
El amor no siempre debe ser el jefe ni tener la última palabra.
El amor no es tosco ni grosero, y no refunfuña, ni trata de hacer sentir culpables a los demás, ni los presiona para conseguir lo que quiere.
El amor está demasiado ocupado en atender las necesidades ajenas para pasar mucho tiempo preocupándose por las propias.
El amor no se altera cuando las cosas no salen como él quiere.
El amor es rápido para creer lo mejor de las personas y lento para creer lo demás.
El amor detesta que le cuenten chismes. Solo quiere hablar de las buenas cualidades de nuestros semejantes y lo bueno que han hecho.
El amor sabe que lo que escuche, observe y lea influirá en sus actitudes y acciones, y por tanto, en los demás. Por eso, da mucha importancia a cómo emplea el tiempo.
El amor es flexible, se lo toma todo con calma, y puede hacer frente a todo lo que surja.
El amor siempre está listo para dar a los demás un margen de confianza, y espera lo mejor de ellos.
El amor quiere verlos desarrollar su plena capacidad y hace todo lo posible para que así sea.
Al amor nunca se le agota la paciencia, ni siquiera con quienes son lentos para hacer su parte o lo que les corresponda.
El amor no mira constantemente el reloj mientras otros hablan.
El amor nunca falla. Yo decepciono a otros, y otros pueden defraudarme. Todos metemos la pata, nos equivocamos a veces o nos confundimos.
En muchos casos, nuestras palabras y actos se quedan cortos, y nuestras ideas luminosas no siempre se interpretan de la manera que queremos o esperamos.
Somos humanos y fallamos, y con frecuencia somos insensatos.
Lo que entendemos del mundo en que vivimos, no digamos ya del mundo futuro, es parcial en el mejor de los casos.
Pero cuando el Espíritu del amor de Dios vive en nosotros, lo cambia todo.
Aunque en realidad somos niños en cuanto a poner en práctica el verdadero amor, Dios puede ayudarnos a crecer y abandonar nuestra conducta infantil.
Sin Él, no tenemos la menor idea de lo que es amar y de lo que más importa en la vida. Sin embargo, cuando vivimos en Su reino —el reino de los Cielos, que según Jesús está incluso ya dentro de nosotros—podemos ver desde la perspectiva de Él, tener bien definidas nuestras prioridades, hacer uso de todos los recursos posibles y vivir y amar a plenitud.
En la vida hay mucho de agradable y de bueno, ¡pero nada tan bueno e importante como el amor!En la vida, lo mejor siempre trae en su envoltorio una etiqueta que advierte de sus riesgos.
Se desata el regalo, y junto con el riesgo se asume la alegría. La paternidad es así.
El matrimonio es así. La amistad también.
Para vivir la vida a plenitud, hay que exponerse ante el abismo sin fondo de la vulnerabilidad.
Esa es la esencia del amor verdadero.
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