PAUTAS JUEVES
HAREMOS NUESTRA MORADA EN TI
(Juan 14, 23)
Como dice Jesús: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él.”
Su presencia viva en nosotros suscita desde dentro el mismo canto de S. Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva. Tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba... Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo, pero clamaste y quebrantaste mi sordera y ahora te anhelo.”
¿Quién tuvo a Dios tan cercano como la Trinidad en nosotros, más viva unión, posesión más total, presencia más plenificante? Es plenitud de amor. ¡Qué alegría qué todo un Dios se me declare y brinde como huésped, familiar, amigo, padre y esposo, más íntimo en mí mismo que mi propio ser!
Se trata de saborear, gustar, beber, de ese manantial inagotable de amor infinito de Dios, que irrumpe en nosotros mismos, de forma gratuita y por iniciativa suya si le damos permiso.
Dios no puede entrar en mí sin mi permiso. Por eso se abaja y mendiga mi amor. “¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras. Oh, cuánto fueron mis entrañas duras pues no te abrí. Qué extraño desvarío..
En nuestro peregrinar por la tierra, llevamos a bordo al Amigo que está con nosotros siempre. Llevamos a los que nos llevan (Is 46,3-4). Llevamos a los que nos crean y nos recrean (Sal 51,12), colmándonos con su amor (Sal 103,3-5).
El diálogo con Dios, la vida de oración es, ciertamente, el medio habitual propio del cristiano. Convivir con este Dios que vive en nosotros, es el alimento más sustancioso para el corazón humano. .Entonces es sincera, vivencial y verdadera la alegría y felicidad, frutos del amor de Dios.
Su compañía es mucho más que rica y amena en cualquier situación de la vida. Es el mejor compañero de viaje, que nos hace vivir con alegría y gratitud, con esperanza, en todos los momentos.
Nuestro cuerpo es el lugar en el que Dios acoge y escucha nuestra oración. Su Palabra creída, acogida, escuchada, vivida, es donde de nuestro Dios, Uno y Trino, desea habitar en cada hombre. Misión nuestra será guardar su Palabra en el corazón, como María, para que en él Dios haga su morada.
La ilusión del apóstol sería vivir llamando a la puerta de toda vida, encontrar un lugar para el Señor en cada persona hasta hacer de cada corazón su morada.
(Juan 14, 23)
Como dice Jesús: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él.”
Su presencia viva en nosotros suscita desde dentro el mismo canto de S. Agustín: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva. Tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba... Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo, pero clamaste y quebrantaste mi sordera y ahora te anhelo.”
¿Quién tuvo a Dios tan cercano como la Trinidad en nosotros, más viva unión, posesión más total, presencia más plenificante? Es plenitud de amor. ¡Qué alegría qué todo un Dios se me declare y brinde como huésped, familiar, amigo, padre y esposo, más íntimo en mí mismo que mi propio ser!
Se trata de saborear, gustar, beber, de ese manantial inagotable de amor infinito de Dios, que irrumpe en nosotros mismos, de forma gratuita y por iniciativa suya si le damos permiso.
Dios no puede entrar en mí sin mi permiso. Por eso se abaja y mendiga mi amor. “¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras. Oh, cuánto fueron mis entrañas duras pues no te abrí. Qué extraño desvarío..
En nuestro peregrinar por la tierra, llevamos a bordo al Amigo que está con nosotros siempre. Llevamos a los que nos llevan (Is 46,3-4). Llevamos a los que nos crean y nos recrean (Sal 51,12), colmándonos con su amor (Sal 103,3-5).
El diálogo con Dios, la vida de oración es, ciertamente, el medio habitual propio del cristiano. Convivir con este Dios que vive en nosotros, es el alimento más sustancioso para el corazón humano. .Entonces es sincera, vivencial y verdadera la alegría y felicidad, frutos del amor de Dios.
Su compañía es mucho más que rica y amena en cualquier situación de la vida. Es el mejor compañero de viaje, que nos hace vivir con alegría y gratitud, con esperanza, en todos los momentos.
Nuestro cuerpo es el lugar en el que Dios acoge y escucha nuestra oración. Su Palabra creída, acogida, escuchada, vivida, es donde de nuestro Dios, Uno y Trino, desea habitar en cada hombre. Misión nuestra será guardar su Palabra en el corazón, como María, para que en él Dios haga su morada.
La ilusión del apóstol sería vivir llamando a la puerta de toda vida, encontrar un lugar para el Señor en cada persona hasta hacer de cada corazón su morada.
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