¿Se puede callar la Palabra que te dio Vida?
1 Juan 1,1-4; Hechos 4,20
"Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús" (Hechos 4,33).
Jesús, Tú deseas que el encuentro de hoy contigo no acabe aquí, en la capilla o ante el sagrario, sino que me lleve a dar testimonio de Ti a otros, de modo que ellos lleguen a creer y a anunciarte también, pues, "la fe se fortalece dándola" (Juan Pablo II).
Sin embargo, Tú sabes, Señor, que a veces me justifico pensando que ese anuncio es para los otros: los que llevan más tiempo en tu seguimiento, los que están más comprometidos, o tienen más facilidad. Pero hoy me dices también a mí: no puedes dejar de hablar de lo que Tú vas viendo, experimentando y oyendo.
¡Qué haga mías las palabras de Pedro y Juan ante las autoridades que les amenazaban si seguían hablando!: "Juzguen si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hechos 4,l8-20); (1 Juan, 1-4)
¿Qué hacer, Señor, cuando son los de la propia familia, los amigos, los que no entienden o se ponen en contra de mi fe? Ojalá no te pida situaciones mejores o más cómodas..., ojalá aprenda a orar como los apóstoles oraban, en medio de la persecución: "Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía... y todos... predicaban la Palabra de Dios” (Hechos 4,23-31).
Gracias, Señor Resucitado por acompañarme sobre todo cuando vienen las pruebas por anunciarte... Aún no he llegado a la sangre como los discípulos. Ojalá saque de cada situación la misma conclusión que ellos que, lejos de acobardarse, seguían repitiendo: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos 5,29). "Obedecieron, y al amanecer entraron en el Templo y se pusieron a enseñar" (Hechos 5,17-21).
Quien tiene a Cristo en el corazón, no vive sino para engendrar vida y convertirse así en padre y madre de muchos hijos, de discípulos, el dar la Palabra no es un privilegio sino presentar a los míos un proyecto de vida eterna, a tiempo y a destiempo.
Dejar de anunciar es dejar sin medicina al enfermo, ser indiferente a la vida de mi hermano, de mi país, de la humanidad, ¿cómo no dar a conocer al que me amó y se entregó por mi?
Quien ora, tiene la luz y no permitirá que su hermano viva en tinieblas y que en los hogares no haya el fuego del amor.
¿Dejo detrás de mí, personas que siguen mis huellas? ¿Soy imitador de Cristo y digno de su confianza?
"Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús" (Hechos 4,33).
Jesús, Tú deseas que el encuentro de hoy contigo no acabe aquí, en la capilla o ante el sagrario, sino que me lleve a dar testimonio de Ti a otros, de modo que ellos lleguen a creer y a anunciarte también, pues, "la fe se fortalece dándola" (Juan Pablo II).
Sin embargo, Tú sabes, Señor, que a veces me justifico pensando que ese anuncio es para los otros: los que llevan más tiempo en tu seguimiento, los que están más comprometidos, o tienen más facilidad. Pero hoy me dices también a mí: no puedes dejar de hablar de lo que Tú vas viendo, experimentando y oyendo.
¡Qué haga mías las palabras de Pedro y Juan ante las autoridades que les amenazaban si seguían hablando!: "Juzguen si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hechos 4,l8-20); (1 Juan, 1-4)
¿Qué hacer, Señor, cuando son los de la propia familia, los amigos, los que no entienden o se ponen en contra de mi fe? Ojalá no te pida situaciones mejores o más cómodas..., ojalá aprenda a orar como los apóstoles oraban, en medio de la persecución: "Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía... y todos... predicaban la Palabra de Dios” (Hechos 4,23-31).
Gracias, Señor Resucitado por acompañarme sobre todo cuando vienen las pruebas por anunciarte... Aún no he llegado a la sangre como los discípulos. Ojalá saque de cada situación la misma conclusión que ellos que, lejos de acobardarse, seguían repitiendo: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos 5,29). "Obedecieron, y al amanecer entraron en el Templo y se pusieron a enseñar" (Hechos 5,17-21).
Quien tiene a Cristo en el corazón, no vive sino para engendrar vida y convertirse así en padre y madre de muchos hijos, de discípulos, el dar la Palabra no es un privilegio sino presentar a los míos un proyecto de vida eterna, a tiempo y a destiempo.
Dejar de anunciar es dejar sin medicina al enfermo, ser indiferente a la vida de mi hermano, de mi país, de la humanidad, ¿cómo no dar a conocer al que me amó y se entregó por mi?
Quien ora, tiene la luz y no permitirá que su hermano viva en tinieblas y que en los hogares no haya el fuego del amor.
¿Dejo detrás de mí, personas que siguen mis huellas? ¿Soy imitador de Cristo y digno de su confianza?
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