Es vivir su Sacrificio en mi vida hasta que todo mi ser sea amado, salvado y redimido por Él.
(2 Re 5,1-19; Lc 1,44-56)
Es un regalo tan grande del Señor que a través de las Lecturas que nos da la comunidad vayamos meditando en la Eucaristía, y semana a semana nos hagamos conscientes de lo que significa para nosotros el sacrificio de Nuestro Señor Jesús y vivirlo en nuestra vida.
Cuando repetimos las cosas, fácilmente se van haciendo rutina, y lo peor es que hasta los sacramentos se pueden llegar a hacer una costumbre, hacerlo “porque ya es tiempo de confesarme”, “hace tiempo que no comulgo, voy a hacerlo”. ¡Cuánto nos falta entender la Gracia santificante que estamos recibiendo y todo lo que el Señor nos ofrece!
En la lectura que se nos ofrece para meditar ahora, me identificaba con Naamán, un hombre que estaba enfermo con lepra y quería sanarse, lógicamente, y un día escucha y cree en la sugerencia de una muchachita israelita, que le habla de un profeta en Israel que le podría curar.
Y allí va desde lejos buscando la sanación.
“Cuando Naamán llega a la puerta de Eliseo él le manda decir:
“Ve a bañarte siete veces en el Jordán y tu carne será como antes y quedarás sano”.
Le preguntaba “Señor que me quieres decir, que significa “ve a bañarte siete veces en el Jordán”, el mismo rio donde te bautizó Juan, donde el Padre te llamó “Su Hijo, su Amado, su Elegido” Mt 3,17
Y me hacía entender que su deseo es que entremos a bañarnos en su Sacrificio, en su Muerte y Resurrección, en el Misterio del Amor, “vive mi sacrificio en tu vida, siete veces, quiere decir siempre, hasta que sientas todo mi amor, entregado por ti, hasta que te sientas rescatada, salvada, mi amada, mi elegida, mi hija… hasta que tu corazón estalle de gozo con cada confesión, hasta que no te conformes con estar bien, sino que busques la perfección, siete veces es querer que seas perfecta, que seas santa “como Yo soy Santo”. (Lev 1,2)
EL Señor no espera menos de nosotros, el Amor todo lo espera, Jesús creyó en nosotros desde antes de ir a la Cruz, Señor tu sabías que tu sacrificio no era en vano, lo esperabas y esperas todo de nosotros, ¿cómo rechazar Señor tanto amor entregado para purificarnos, redimirnos, salvarnos, darnos la Vida eterna?.
Ir a las Aguas del Jordán es ir a confesarnos a renovar nuestro bautismo, meternos en el Agua purificadora del Amor de Dios, ahogar ahí todo lo que nos separa de Él y de nuestros hermanos, todos esos pecados que como lepra, nos tienen apartados, esas lepras del negativismo, del pesimismo, etc., que no nos dejan amar ni dejarnos amar.
Vivir su sacrificio en mi vida es creerle. Que Jesús también murió por mí para que yo fuera curada. “El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados” Isaías 53, 5b.
Para Naamán era difícil entender la sencillez del mandato, “ir a bañarse al Jordán”, Eliseo fue específico no le dijo “ve a cualquier río”, Naamán no lo entiende porque se queda en las cosas exteriores. Como nosotros no entendemos cuando queremos hacerlo a nuestro modo, ¿por qué tengo que ir a un sacerdote?, ¿Por qué no le digo mis pecados a Dios de frente? Nos quedamos en la superficie de lo que significa el sacramento de la Confesión por ignorancia.
Jesús nos llama a bañarnos en su Sacrificio, para darnos salud espiritual y física la plenitud de sentir su amor que nos da poder para cambiar, para recuperar la identidad de hijos de Dios deformada por el pecado, Jesús ya pagó por nuestros pecados con su sangre. La Promesa del Padre se ha cumplido en Jesús.
“En aquel día habrá una fuente siempre corriendo para que los descendientes de David y los habitantes de Jerusalén, se puedan lavar de sus pecados e impurezas”. Za, 13,1
Esa fuente siempre corriendo es el Amor de Jesús, es el sacrificio de Jesús, cada vez que nos vamos a lavar, confesando nuestros pecados con un corazón contrito y humillado, nos metemos a la Fuente, al Rio de Agua Viva, al rio Jordán para que nos lave de nuestros pecados e impurezas.
El que no cree, y rechaza el regalo de la redención que se da gratis, es que quiere seguir enfermo, como Naamán que en un momento dudó y quiso regresar a su tierra con su orgullo y su lepra. “Muy enojado dio media vuelta para irse”.
Pero el Señor le dio la gracia de la humildad y escuchó a sus siervos que le aconsejaban “¿Por qué, pues, no lo haces cuando tan sólo te dice: Lávate y quedarás sano?»
Bajó pues y se sumergió en el Jordán siete veces, tal como le había dicho el hombre de Dios. ¡Y después de eso su carne se volvió como la carne de un niñito y quedó purificado. (2 Re 5,1-19)
¿Por qué pues no lo hago, porque pues no lo hacemos todos? Porque no bajamos a sumergirnos siete veces hasta que todo nuestro ser sea amado, salvado y redimido por Él?
“De confesión en confesión, el fiel experimenta progresivamente una comunión cada vez más profunda con el Señor misericordioso hasta la plena identificación con Él, que se alcanza en aquella perfecta "vida en Cristo", qué consiste en la verdadera santidad».. Juan Pablo II.
“Entonces Naamán regreso al hombre de Dios con toda su gente. Entró y le dijo:” Ahora sé que no hay en el mundo otro Dios que el de Israel”. Bañarse en las Aguas del Jordán nos hace creer que no hay otro Dios como nuestro Dios, y dar testimonio ante toda nuestra gente de que no hay nadie que nos ame como El nos ama.
Bajar al Jordán nos hace vivir su sacrificio en nuestra vida y cantar con María nuestra Madre: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador…muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Socorrió a Israel su siervo, se acordó de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres…¡El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí!. (Lc 1,46.50.54.49).
Dios nos bendiga.
Nila
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