Guarda mis Palabras
Deuteronomio 11,18-28, Mateo 7, 21-27
Las Lecturas de este Domingo nos invitan nuevamente a tomar muy en serio el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
Una de las frases más duras de Jesús está en el Evangelio de hoy (Mt. 7, 21-27): “No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos”. Jesús contrasta el cumplimiento de la Voluntad del Padre con la oración que es vacía e hipócrita.
Y continúa el Señor con una parte más fuerte: “Yo les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal’”.
Nos advierte que no todos los que digan Señor, Señor entrarán. Significa que algunos sí podrán entrar ... pero otros no. ¿Cuál es la diferencia? Unos adoran a Dios, otros no.
Los que podrán entrar será seguramente porque en esa oración, reconocen a Dios como “Señor”. Los que lo dicen, lo dicen con sinceridad y queriendo significar lo que dicen. Eso es adorar a Dios. Lo demás son palabras falsas.
Para orar así, hay que decirlo con sinceridad -y significando lo que decimos. Hay que reconocer a Dios como “Señor”, y decirlo con convicción, porque sabemos que El es eso: “Señor”, Dueño, Jefe. Y nosotros lo seguimos, lo obedecemos, aceptamos su Voluntad y hacemos su Voluntad.
Esa es la condición: “entrará el Reino de los Cielos el que cumpla la Voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Los que recen con palabras vacías, sin significar y ejecutar lo que dicen, no podrán entrar. Así de simple y así de fuerte.
Sigue más adelante Jesús con una comparación sobre la tontería que es hacer una edificación en la arena y hacerla sobre roca. Por supuesto la que está en la arena se cae a la primera acción de las lluvias, de las corrientes y de los vientos.
Pues bien, así de tontos como el constructor en arenas es el que, conociendo estas instrucciones del Señor, sigue a profetas falsos, astrólogos, brujos, psíquicos, adivinos, eliminadores del sufrimiento, con seguidores de todo lo que uno desea, otorgadores de falsa paz, anunciadores de números premiados, etc. “El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica”
No sucede lo mismo con la casa construida en la roca. Pueden venir vientos y tempestades, pero la casa está firmemente cimentada en la roca. ¿Y quién es esa “roca”? Es Cristo. Es Dios. Es su Palabra. Son sus instrucciones. Es su Voluntad.
Significa que vendrán vientos. Vendrán tempestades y lluvias. Pero unidos a su Voluntad, unidos a El verdadera y sinceramente, podremos sentir los embates de las tempestades del Enemigo de Dios, pero no podrán derribarnos. “Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca”.
No quiere decir que estaremos libres de ataques, pues estaremos sometidos a las mismas tentaciones y riesgos que el constructor tonto, pero estaremos firmes y fuertes cimentados en la roca.
La Primera Lectura (Dt. 11, 18.26-28.32) tomada del Libro del Deuteronomio, que es un libro de Ley, nos ratifica lo mismo. O -mejor dicho- Jesús ratifica y explicita lo que la Ley de Moisés dijo mucho antes:
“He aquí que pongo delante de ustedes la bendición y la maldición. La bendición, si obedecen los mandamientos del Señor su Dios ... la maldición, si no obedecen ... y se apartan del camino ... para ir en pos de otros dioses que ustedes no conocen”.
“Maldición y bendición” (Dt. 11, 26). He allí nuestra opciones. “Nunca los he conocido. Aléjense de mí” (Mt. 7, 23). ¡Qué riesgo! ¡Qué tontería es dejarse llevar por ofertas malignas pero muy bien disfrazadas de benignas. Podemos condenarnos por esas falsas luces, esos falsos colores, por buscar nuestra voluntad y no la de Dios.
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