Pautas domingo


¡Levántense, no tengan miedo.
Mateo 17,1-9
Es bueno que nos quedemos, ¿para qué ir más allá? Aquí se está bien. La tendencia a fijarnos en lo conocido, en lo que nos va bien y nos ha ido bien... ¿Para qué ir a otra parte si ya vemos que esto nos va bien? Y es que aventurarse a lo desconocido es siempre peligroso. Lo conocido nos da seguridad. Dominamos el terreno que pisamos; pero es movediza siempre la tierra de lo desconocido.
La relación de amor que estamos llamados a entablar con Dios no tiene una meta tan al alcance de la mano. Dios es mucho más de lo que nos imaginamos. Dios quiere una intimidad con nosotros mucho mayor de la que sospechamos. Nos contentamos con poco y estamos llamados a ser perfectos como el Padre lo es.
La actitud de Pedro en la montaña alta, una actitud nacida de su espontaneidad, es una muestra de ese camino un tanto desencarnado que hemos recorrido para adentrarnos para evitar la realidad inmediata, esa en la que viven inmersos los hombres y donde se les plantean los auténticos problemas a los que hay que dar respuesta desde la fe.
¿Nos hemos parado a pensar por qué? Quizá la respuesta esté en ese "levantaos" que dijo Jesús a los apóstoles después de la proposición de Pedro. Levántense y vámonos de la montaña al llano, allí donde los hombres viven, gozan y sufren; allí donde los hombres miran a Dios buscando la respuesta de sus propios interrogantes; allí donde están los problemas y las posibles soluciones de los mismos; allí donde el hombre se juega su credibilidad como cristiano, su buen hacer o su inhibición.
Levantarse y bajar del monte fueron dos exigencias de Jesús a los suyos, dos exigencias que deben seguir sonando en nuestros oídos para vencer una fortísima tentación que aparece rodeada de bondad: la de apartarse del mundo, ¡tan despreciable!, y rezar por él desde nuestro propio grupo -¡tan estupendo!- sin pisar la arena para hacer cuantos quiebros sean necesarios en pro de una sociedad que se parezca cada día más a lo que quiso Cristo, una sociedad que si fuera de verdad cristiana no habría programa político por "progresista" que fuera que pudiera mejorarla.
Cristo bajó de la montaña, y ¡cómo lo hizo! No tuvo miedo de ningún problema de su tiempo, no pasó de largo por ninguna petición de los hombres, no dejó en el silencio ninguna actuación negativa de aquellos que podían eliminarlo: no vivió sin respuestas y no demoró estas respuestas. Con Él lo hicieron también aquellos hombres que le acompañaron, hoy en sus momentos de gloria. Lamentablemente, el paso del tiempo ha ido desdibujando las palabras de Cristo -levántense y no tengan miedo, vamos abajo- y, en ocasiones, ha quedado como ideal el plantar una tienda en la altura para ver desde allí, sin intervenir, cómo el hombre no acaba de encontrarse a sí mismo.
Pidamos a María, subir con Jesús en sus sueños y planes de que seamos sus discípulos y que todos conozcan su buena nueva: la del Reino aquí y ahora y así bajaremos de la montaña en forma real sin miedo alguno.



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