Pautas Jueves

Es ser pertenencia
Is 43, 1-5

Dios nos ha creado a su imagen, por eso el amor ha sido derramado en nosotros.

Con paciencia infinita no se cansa de enviarnos mensajeros, para salvarnos. Pero los hombres, llevados por nuestro orgullo, de nuestro deseo de “ser como Dios”, despreciamos sus palabras, nos burlamos de sus profetas, y prescindimos de él creyéndonos más libres. Sin darnos cuenta que, de esta manera, pasamos a ser esclavos del egoísmo y de todas las pasiones. ¿Cómo vamos a estar alegres lejos de quien nos da la Vida?

Gracias a que Dios, rico en misericordia y por el gran amor que nos tiene, no nos abandona: Que un padre cuide de sus hijos y quiera lo mejor para ellos, es lógico; que se “sacrifique” por ellos, es normal; que siendo inmensamente rico deje todo por ellos y se haga pobre, ya es muy excepcional; pero si, además, entrega su vida para salvar a sus hijos, demuestra un amor singular, extraordinario, hasta el extremo. Tanto ama Dios al mundo, que nos envía a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envía a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.

¡Qué maravilla! Dios nos quiere tanto, que si llegásemos a comprender su amor: que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿qué nos pasaría? ¿Cómo no va a darnos con Él, gratuitamente, todas las cosas? ¡Ya nos ha salvado! Por pura gracia nos da la vida en Cristo. Basta creer en Él, para gozar plenamente de nuestra condición de hijos y participar de toda la riqueza de su Amor, de su inmensa misericordia, de su excelsa gracia, de su bondad, de su luz,...

Acerquémonos agradecidos a la Fuente del Amor, y llenemos nuestra vida de amor y de fraternidad, para que el mundo conozca el Amor de Dios por nuestras buenas obras.

“El mundo de hoy está con frecuencia demasiado preocupado por las actividades exteriores, en las que corre el riesgo de perderse… La Iglesia tiene necesidad más que nunca del testimonio de quien se compromete a «no anteponer nada al amor de Cristo” (Verbum Domini 83).

A un autentico testigo de Cristo, las dificultades le llevan a sentirse responsable de la verdad que se le ha confiado. Su vivencia es más fuerte que todo rechazo. Sus convicciones no proceden de la aprobación que le den los demás, sino de saberse guardián y testigo del Dios que habita en su interior. Es una persona de Dios.

El discípulo Verbum Dei, está llamado a dar testimonio de su enamoramiento del Señor y su interés está en remitir a Dios a todo aquel que le escucha. Sus palabras, como testigo de Cristo, engendran la fe, el seguimiento, y el testimonio de otros en una cadena que une generaciones de testigos.

«Después de las palabras, sólo Jesús y la experiencia viva de Él, debiera quedar en el corazón de los oyentes. Hch 14,15; 4,10». (Estatutos 135).

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