Pautas lunes
Tenemos que hablar del Dios con el que hablamos
Mt 28, 18-20 Jn 4, 29
Después de 50 años de recorrer la Palabra de Dios, no puedes contener la necesidad de decir lo que estás sintiendo, Cristo es incontenible. Porque cuando Cristo entró en la historia de nuestra vida, abrió la puerta para entrar a una vida que tiene sentido, vida de la calidad de vida del mismo Jesús, que tiene sentido cuando compartes la felicidad de ser parte de este carisma, con todos las personas que te rodean.
Cristo y su Palabra, es capaz de provocar en nosotros el mismo gozo y reacción que provocó en sus primeros discípulos. Juan y Andrés fueron los primeros que conocieron a Jesús, se sintieron fascinados por Él y le siguieron. Andrés no se pudo contener y al ver a su hermano Pedro le dice: “¡Eureka! hemos encontrado al Mesías -que quiere decir, Cristo Encontré la solución de mi vida; encontré la Vida y el Amor que mi corazón siempre había anhelado. Luego se encontraron a Felipe y le dan la misma noticia; y Felipe se lo dice a Natanael” (Jn 1, 35-51).
Desde los primeros discípulos se ha ido formando una “cadena de relevos”. Hace más de diez años me llegó a mí; y ahora, a través de nosotros te ha llegado a ti. Lo propio de quien de verdad se ha encontrado con Cristo es unas ganas locas de comunicarlo como le pasó a la Samaritana: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo ? ¿No será lo que tú y yo y todos necesitan ?. Dice que ellos “salieron de la ciudad e iban donde Él... y muchos Samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba... Pero fueron muchos más los que creyeron por sus palabras y decían a la mujer: ya no creemos por tus palabras; nosotros mismos hemos oído y sabemos que Éste es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 39-42). Esta misión es más sencilla de lo que creemos. Al principio, como la Samaritana casi no sabemos nada de Cristo, basta simplemente decir nuestra experiencia; invitarles, como hizo ella a que “vengan a Cristo”, y quédense con Él.
Antes de conocerte Señor todos éramos esos sedientos y hambrientos de amor, nuestra búsqueda de felicidad iba de frustración en frustración porque te buscábamos en fuentes secas, poníamos nuestro corazón en las cosas y no nos saciábamos. “Yo te buscaba y no te encontraba porque te buscaba fuera y Tú estabas dentro. Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo, me retenían lejos de ti las cosas” (S. Agustín). Ahora que hemos dado contigo la verdadera y única fuente ya no solamente nos has saciado sino que como a la Samaritana nos has hecho “surtidores de agua viva que brota para la Vida Eterna”. Ahora somos protagonistas y propagadores de la Vida y el Amor que nunca mueren. Ahora tenemos tu gozo desbordante; “el gozo y alegría que nadie nos podrá quitar” (Jn 16, 22).
A veces nos sentimos incapaces de propagar la Palabra y le pedimos al Señor, haz el milagro de que te vean y así comprobarían que existes, y Jesús me decía: ya he hecho el milagro, te he hecho a ti, mi. Nosotros somos esos apóstoles que podemos mucho porque el señor nos ha dado su mismo poder. Cuando Jesús se aparece a los apóstoles después de resucitado les dice: “Me ha sido todo poder en el cielo y en la tierra, vayan pues y hagan discípulos míos a todas las gentes bautizándoles... y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19-20). Lo que más me fascina del Señor es que a pesar de ser Todopoderoso no es autosuficiente. Dios se fía tanto de nosotros que nos encomienda su misma misión.
El Señor tiene poder para cambiar el mundo, pero ¿cómo lo va a cambiar? Por un método muy sencillo y muy humano; enviándonos a ti y a mí a todas las gentes para que todos sean discípulos de Cristo. Porque no hay fuerza mayor que un discípulo convencido y enamorado de Cristo. En el Evangelio dice que “ninguna cosa es imposible para Dios”, pero también dice que “ninguna cosa es imposible para aquel que tiene fe”. Él nos ha da do su mismo poder al enviarnos, todo depende de nuestra fe : “En verdad en verdad eles digo : todo el crea en mí hará las mismas obras que yo hago y las hará aún mayores” (Jn 14, 12). ¿Sabes cuál es la obra más maravillosa que ha hecho con nosotros? el habernos hecho sus discípulos, el haber hecho que nosotros peregrináramos dando la Palabra a través de 50 años, a través del Verbum Dei.
Eso te da derecho a ser protagonista y propagador de la Vida. Te imaginas que te hayan dado la felicidad más grande de tu vida y que te obliguen a callar, lo mismo pasa con nuestra fe hay que compartirla con los demás. Por eso Pablo dice: “predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y, hay de mí si no predico el Evangelio (1Cor 9, 16). La fe se fortalece dándola”.
Madre querida enséñanos a llevar la Palabra de tu hijo igual como tú lo hiciste cuando dice el Evangelio que “se dirigió lo más a prisa que pudo a una región montañosa y entró a casa de su prima Isabel, y en cuanto Isabel oyó su saludo el niño que estaba en su seno saltó de alegría”. Tú y yo como María tenemos la misma vocación, vamos a ser la “causa de alegría” de muchos. Esta Alegría no te viene de las cosas de fuera, la llevas dentro, por eso la puedes contagiar a muchos.
Mt 28, 18-20 Jn 4, 29
Después de 50 años de recorrer la Palabra de Dios, no puedes contener la necesidad de decir lo que estás sintiendo, Cristo es incontenible. Porque cuando Cristo entró en la historia de nuestra vida, abrió la puerta para entrar a una vida que tiene sentido, vida de la calidad de vida del mismo Jesús, que tiene sentido cuando compartes la felicidad de ser parte de este carisma, con todos las personas que te rodean.
Cristo y su Palabra, es capaz de provocar en nosotros el mismo gozo y reacción que provocó en sus primeros discípulos. Juan y Andrés fueron los primeros que conocieron a Jesús, se sintieron fascinados por Él y le siguieron. Andrés no se pudo contener y al ver a su hermano Pedro le dice: “¡Eureka! hemos encontrado al Mesías -que quiere decir, Cristo Encontré la solución de mi vida; encontré la Vida y el Amor que mi corazón siempre había anhelado. Luego se encontraron a Felipe y le dan la misma noticia; y Felipe se lo dice a Natanael” (Jn 1, 35-51).
Desde los primeros discípulos se ha ido formando una “cadena de relevos”. Hace más de diez años me llegó a mí; y ahora, a través de nosotros te ha llegado a ti. Lo propio de quien de verdad se ha encontrado con Cristo es unas ganas locas de comunicarlo como le pasó a la Samaritana: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo ? ¿No será lo que tú y yo y todos necesitan ?. Dice que ellos “salieron de la ciudad e iban donde Él... y muchos Samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba... Pero fueron muchos más los que creyeron por sus palabras y decían a la mujer: ya no creemos por tus palabras; nosotros mismos hemos oído y sabemos que Éste es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 39-42). Esta misión es más sencilla de lo que creemos. Al principio, como la Samaritana casi no sabemos nada de Cristo, basta simplemente decir nuestra experiencia; invitarles, como hizo ella a que “vengan a Cristo”, y quédense con Él.
Antes de conocerte Señor todos éramos esos sedientos y hambrientos de amor, nuestra búsqueda de felicidad iba de frustración en frustración porque te buscábamos en fuentes secas, poníamos nuestro corazón en las cosas y no nos saciábamos. “Yo te buscaba y no te encontraba porque te buscaba fuera y Tú estabas dentro. Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo, me retenían lejos de ti las cosas” (S. Agustín). Ahora que hemos dado contigo la verdadera y única fuente ya no solamente nos has saciado sino que como a la Samaritana nos has hecho “surtidores de agua viva que brota para la Vida Eterna”. Ahora somos protagonistas y propagadores de la Vida y el Amor que nunca mueren. Ahora tenemos tu gozo desbordante; “el gozo y alegría que nadie nos podrá quitar” (Jn 16, 22).
A veces nos sentimos incapaces de propagar la Palabra y le pedimos al Señor, haz el milagro de que te vean y así comprobarían que existes, y Jesús me decía: ya he hecho el milagro, te he hecho a ti, mi. Nosotros somos esos apóstoles que podemos mucho porque el señor nos ha dado su mismo poder. Cuando Jesús se aparece a los apóstoles después de resucitado les dice: “Me ha sido todo poder en el cielo y en la tierra, vayan pues y hagan discípulos míos a todas las gentes bautizándoles... y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19-20). Lo que más me fascina del Señor es que a pesar de ser Todopoderoso no es autosuficiente. Dios se fía tanto de nosotros que nos encomienda su misma misión.
El Señor tiene poder para cambiar el mundo, pero ¿cómo lo va a cambiar? Por un método muy sencillo y muy humano; enviándonos a ti y a mí a todas las gentes para que todos sean discípulos de Cristo. Porque no hay fuerza mayor que un discípulo convencido y enamorado de Cristo. En el Evangelio dice que “ninguna cosa es imposible para Dios”, pero también dice que “ninguna cosa es imposible para aquel que tiene fe”. Él nos ha da do su mismo poder al enviarnos, todo depende de nuestra fe : “En verdad en verdad eles digo : todo el crea en mí hará las mismas obras que yo hago y las hará aún mayores” (Jn 14, 12). ¿Sabes cuál es la obra más maravillosa que ha hecho con nosotros? el habernos hecho sus discípulos, el haber hecho que nosotros peregrináramos dando la Palabra a través de 50 años, a través del Verbum Dei.
Eso te da derecho a ser protagonista y propagador de la Vida. Te imaginas que te hayan dado la felicidad más grande de tu vida y que te obliguen a callar, lo mismo pasa con nuestra fe hay que compartirla con los demás. Por eso Pablo dice: “predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y, hay de mí si no predico el Evangelio (1Cor 9, 16). La fe se fortalece dándola”.
Madre querida enséñanos a llevar la Palabra de tu hijo igual como tú lo hiciste cuando dice el Evangelio que “se dirigió lo más a prisa que pudo a una región montañosa y entró a casa de su prima Isabel, y en cuanto Isabel oyó su saludo el niño que estaba en su seno saltó de alegría”. Tú y yo como María tenemos la misma vocación, vamos a ser la “causa de alegría” de muchos. Esta Alegría no te viene de las cosas de fuera, la llevas dentro, por eso la puedes contagiar a muchos.
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