Pautas lunes
Oramos enseñando lo orado
Hechos 8, 26-40
En esta cuaresma y el año jubilar nos brinda la oportunidad de renovar nuestro entusiasmo por la oración como elemento esencial de nuestra vocación y misión, en la experiencia de oración de Jaime Bonet, nuestro querido fundador, la oración ha ido esencial para configurar nuestro ser Cristo, y nuestro ser como Familia Verbum Dei.
Es un Cristo que no sólo ora, sino que verlo orar provoca a que otros oren, los discípulos añ ver a Jesús, le decían ¡Maestro enséñanos a orar! Qué bonita súplica, y además enséñanos como tú lo haces, o sea con la confianza con la que te diriges al Padre.
Cuando hablábamos de cómo orar, nosotros decíamos que orar es ir con ganas de encontrarse con Dios, con sed de Dios, a mí, de manera particular, los que me inducían a orar, eran misioneras y discípulos, que me dejaban ese sabor ¡Yo quiero orar como ellos! Con un Dios familiar, y cuando tuve la gracia de escuchar a Jaime, en más de una ocasión de él, aprendí a orar, porque su vida es como la de Jesús, testimonio de un hombre que hablaba cara a cara con el Padre.
De Jaime recuerdo sus diálogos sabrosos, largos, profundos y sosegados con la Trinidad y luego venía y nos contaba lo que había orado, realmente en mi provocaba ¡Quiero orar como tú! Y a fuerza de mirarlo, de pedir a Dios, esa gracia a Dios, aprendí a tener esos largos, profundos diálogos con la querida familia: Padre, Hijo, Espíritu Santo y nuestra querida mamá, compañera en largas jornadas de oración.
Para eso oramos para provocar en el otro que no ha visto, que no sabe dialogar con Dios, esos deseos, de conocerlo, de amarlo y de dialogar con él, para que a su vez, ellos enseñen a otros a orar.
¿Por qué enseñar a orar?
Porque quienes formamos parte de esta Familia Misionera, fuimos movidos por una experiencia viva de Dios, “somos herederos de un carisma”, es decir, de una forma concreta de escuchar a Dios, de percibirlo, de vivirlo, de anunciarlo.
La vivencia del carisma no consiste principalmente en hacer cosas, todo se teje en el corazón, y lo fundamental es esa experiencia de dialogo personal y amoroso con Dios que nos mueve la vida, que nos pone en camino, que nos desinstala como le sucedió a Abraham (Gn 12, 1-7).
La práctica cotidiana de la oración diaria, fue clave en la dinámica de los apóstoles al inicio del cristianismo. La oración es una urgencia vital y nunca se torna rutinaria pues no se asume por cumplimiento, ni se encajona en métodos y esquemas que ahogan el impulso del Espíritu.
“Donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad” (2Co 3,17)
Mediante “cuerdas humanas” el Señor nos atrajo… Alguien nos dijo: escucha la Palabra, y en ella Dios nos tocó el corazón.
Escuchamos, creímos que Dios en su Palabra habla de corazón a corazón y se inauguró así, un camino de oración.
La predicación de la Palabra nos llevó a una oración concreta y a una forma de asimilar y vivir “según la Palabra” y de allí al espontaneo anuncio, para que otros también descubran y gocen este amor singular.
Por eso, “en el carisma” nos movemos existimos y somos (Cf Hch 17,28), porque la Palabra de Dios selló nuestro corazón, respondiendo a nuestros sueños más profundos.
¿Tu vida invita al otro a orar? ¿Oras con la intención de enseñar a otros?
Pidamos a María, mujer buena, que nos enseñe a orar como Ella lo hacía, guardando en su corazón la Palabra, que luego Ella lo trasmitiría con su Vida, su Vida era la Palabra hecha carne.
Hechos 8, 26-40
En esta cuaresma y el año jubilar nos brinda la oportunidad de renovar nuestro entusiasmo por la oración como elemento esencial de nuestra vocación y misión, en la experiencia de oración de Jaime Bonet, nuestro querido fundador, la oración ha ido esencial para configurar nuestro ser Cristo, y nuestro ser como Familia Verbum Dei.
Es un Cristo que no sólo ora, sino que verlo orar provoca a que otros oren, los discípulos añ ver a Jesús, le decían ¡Maestro enséñanos a orar! Qué bonita súplica, y además enséñanos como tú lo haces, o sea con la confianza con la que te diriges al Padre.
Cuando hablábamos de cómo orar, nosotros decíamos que orar es ir con ganas de encontrarse con Dios, con sed de Dios, a mí, de manera particular, los que me inducían a orar, eran misioneras y discípulos, que me dejaban ese sabor ¡Yo quiero orar como ellos! Con un Dios familiar, y cuando tuve la gracia de escuchar a Jaime, en más de una ocasión de él, aprendí a orar, porque su vida es como la de Jesús, testimonio de un hombre que hablaba cara a cara con el Padre.
De Jaime recuerdo sus diálogos sabrosos, largos, profundos y sosegados con la Trinidad y luego venía y nos contaba lo que había orado, realmente en mi provocaba ¡Quiero orar como tú! Y a fuerza de mirarlo, de pedir a Dios, esa gracia a Dios, aprendí a tener esos largos, profundos diálogos con la querida familia: Padre, Hijo, Espíritu Santo y nuestra querida mamá, compañera en largas jornadas de oración.
Para eso oramos para provocar en el otro que no ha visto, que no sabe dialogar con Dios, esos deseos, de conocerlo, de amarlo y de dialogar con él, para que a su vez, ellos enseñen a otros a orar.
¿Por qué enseñar a orar?
Porque quienes formamos parte de esta Familia Misionera, fuimos movidos por una experiencia viva de Dios, “somos herederos de un carisma”, es decir, de una forma concreta de escuchar a Dios, de percibirlo, de vivirlo, de anunciarlo.
La vivencia del carisma no consiste principalmente en hacer cosas, todo se teje en el corazón, y lo fundamental es esa experiencia de dialogo personal y amoroso con Dios que nos mueve la vida, que nos pone en camino, que nos desinstala como le sucedió a Abraham (Gn 12, 1-7).
La práctica cotidiana de la oración diaria, fue clave en la dinámica de los apóstoles al inicio del cristianismo. La oración es una urgencia vital y nunca se torna rutinaria pues no se asume por cumplimiento, ni se encajona en métodos y esquemas que ahogan el impulso del Espíritu.
“Donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad” (2Co 3,17)
Mediante “cuerdas humanas” el Señor nos atrajo… Alguien nos dijo: escucha la Palabra, y en ella Dios nos tocó el corazón.
Escuchamos, creímos que Dios en su Palabra habla de corazón a corazón y se inauguró así, un camino de oración.
La predicación de la Palabra nos llevó a una oración concreta y a una forma de asimilar y vivir “según la Palabra” y de allí al espontaneo anuncio, para que otros también descubran y gocen este amor singular.
Por eso, “en el carisma” nos movemos existimos y somos (Cf Hch 17,28), porque la Palabra de Dios selló nuestro corazón, respondiendo a nuestros sueños más profundos.
¿Tu vida invita al otro a orar? ¿Oras con la intención de enseñar a otros?
Pidamos a María, mujer buena, que nos enseñe a orar como Ella lo hacía, guardando en su corazón la Palabra, que luego Ella lo trasmitiría con su Vida, su Vida era la Palabra hecha carne.
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