“Aún nos queda el Buen Pastor”
Qué bonito se me hacia poder empezar este día con las palabras de nuestro Dios, del libro del profeta Ezequiel, en el versículo 11 del capitulo 34: “así dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él.” A través de estas palabras reconocía la delicadeza y la ternura de nuestro Dios que, como cada día, sale al encuentro de nuestra vida y nos manifiesta que él se ocupa de nosotros, que está de nuestra parte y al mismo tiempo estas palabras me permitían descubrir que Dios está respondiendo a nuestra necesidad de vida, de amor, de compañía, de un respaldo, etc. Me parecía entender de Dios esta mañana: mira que yo estoy aquí, tu Dios incondicional; quien está dispuesto a ser para ti quien tú necesites. Acabamos de inaugurar ayer el tiempo de adviento, tiempo en el que nuestro corazón se dispone para celebrar el que nuestro Dios nos haya amado tanto, que enviara a su hijo único, hecho carne, para vida nuestra. Juan 3,16 y empezamos este nuevo año litúrgico con la promesa de nuestro Dios de que será él quien cuide de nuestra vida. Dios se nos manifiesta como buen pastor. En Ezequiel 34,12.15, continua diciéndonos Dios por medio del profeta: “Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas”. “Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las llevaré a reposar, oráculo del señor Yahveh” Esta mañana experimentaba con mucha fuerza la llamada, por parte del Espíritu Santo, a agradecer a Dios, si ,su cuidado para con mi vida; pero atreverme a mirar más allá y descubrir en esta Palabra la sed que tiene Dios por la vida de mi hermano, sobre todo de aquel que está más lejos, de aquel que se encuentra fuera de casa, que está fuera del redil, oyendo otras voces que no son la voz del buen pastor y acusa de ello se extravía y cae presa, de la superficialidad, el consumismo, el egoísmo, la violencia, la mediocridad, la apatía, el sin sentido, la desesperanza, la falta de fe, etc. Qué fuerte se me hacia poder escuchar en las palabras de Dios, las nostalgia que tiene por cada uno de mis hermanos y el deseo que tiene de hacerles el bien, la ternura de Dios; qué espera por prodigarse a aquellos que están ciegos para reconocer su dedicación para con sus vidas. En el versículo 16, Dios me permitía escuchar su deseo: “Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida, confortaré a la enferma; pero a la que está gorda y robusta la exterminaré: las pastorearé con justicia” En realidad, que diferente se me hacía esta mañana orar con mi Dios partiendo de El, de su deseo, de su necesidad y Dios me concedía la gracia de hacerme compañera suya y sentir, un poco con El su sed de amor o mejor la sed que Dios tiene de amar a sus ovejas más débiles, aquellas a las que el mundo y sus valores pretenden arrebatar de sus manos. Descubría en estas palabras el dolor de Dios por el extravío de sus ovejas; pero el dolor de un padre a quien le duele el dolor del hijo, dolor a veces inadvertido; disfrazado de rutina, de conformidad, de “normalidad” y hasta de placer o gozo; pero que no es tal por cuanto no puede haber gozo ni plenitud fuera de Dios, pues como Dice Pablo en Corintios 13, sin El, el amor, nada somos, ni nada nos aprovecha o el mismo Jesús en Juan 15,5: separados de mí no pueden hacer nada. Esta palabra propuesta para la oración de hoy termina, en el versículo 17, con una sentencia de Dios, que entendía no como la sentencia de un Dios vengativo y cansado de la indiferencia de sus hijos; sino como la llamada de atención del Padre bueno, que continúa a espera la conversión del hijo. Este Padre que no se queda de brazos cruzados y nos ha compartido su sed, para que podamos salir con él, al encuentro de las ovejas, hasta que puedan reconocer la voz del auténtico pastor. Que María, nuestra madre, la mujer del Adviento, nos enseñe a orar hasta que podamos comulgar con Él. | |
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