“ERES HEREDERO DE UNA VIDA ABUNDANTE”



¡Buenos días! ¡Qué bueno terminar la semana tomando conciencia de quienes somos! Vivimos en un ritmo tan acelerado, que de alguna manera afecta a nuestra identidad. Nos va despersonalizando, y nos va sacando de la fe. Por eso necesitamos detenernos, para escuchar la palabra del Señor. Dice un Salmo: “Escuchemos la voz del Señor para que entremos en su descanso”. Ciertamente la Palabra de Dios nos introduce en la experiencia de descanso, porque nos habla al corazón y porque nos va desvelando en el interior quienes somos.
También nos invitan el salmista a entrar en la presencia del Señor dándole gracias. ¿Por qué? Porque hemos recibido el regalo del bautismo, como nos decían ayer en la pautas. Gracias Señor por ser bautizada en Cristo y porque por eso somos hijos. ¡Miren qué amor tan singular nos ha tenido el Padre!: que no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos (1 Jn 3,1).
Es el amor más grande del Padre, llamarnos hijos y ser sus hijos. Esta mañana no podemos pasar de largo en la oración de manera superficial; se trata de entrar en la casa del Padre, en la experiencia de ser herederos de una vida abundante. En la Casa del Padre hay muchas moradas, si no fuera cierto, Jesús ya nos lo habría dicho. (Jn 14,1) Jesús nos ha preparado un lugar para cada uno, nuestro lugar de hijos. Por eso, entrar en la Casa, es convivir con la Trinidad, entrar en la relación filial con el Padre y encontrar que tenemos un lugar.
Dice un canto que nos puede ayudar para entrar en esta experiencia de fe: El Señor, me ha invitado a su Casa, la mesa está puesta, dispuesto está el pan, un lugar en la mesa yo tengo hay fiesta en mi alma y quiero cantar.
Gracias Señor, porque llego cansado y vencido y me esperas igual que un amigo espera al amigo que en todo triunfó.
Gracias Señor, porque mi alma está triste y desierta y me estás esperando a la puerta dispuesto a llenarme de fuerza y valor.
Gracias Señor, porque llego como el peregrino que ha perdido la fe en el camino y tú me devuelves la fe en el amor.
Gracias Señor, porque traigo en mi rostro amargura, y tu imagen derrama ternura sembrando en mi alma la luz del perdón.
Gracias Señor, porque voy mendigando esperanza y tu rostro me da la confianza y luego tu abrazo me infunde valor.
Gracias Señor, en el fondo yo soy como un niño, y en tu casa yo encuentro el cariño de ver que me tratas igual que un mayor.
Quizás nos identificamos con algunas de estas vivencias, o con todas. Pero, todas pueden ser motivo de agradecimiento, porque podemos llegar a la casa del Padre desde cómo nos encontrarnos y encontrar que el Padre del Cielo nos está esperando a la puerta dispuesto a llenarnos de todo lo que necesitemos. Pregúntale al Padre ¿Por qué? Y nos dirá: ¡Miren qué amor tan singular les tengo!: que no sólo los llamo hijos, sino que lo son.
Gracias al Bautismo, Jesús nos abrió las puertas  de la Casa del Padre, para participar de la herencia de hijos: la familiaridad, de su amistad, la relación filial y de la vida abundante (Jn 10,10). Somos hijos muy amados, supone pues, entrar en la casa, solo faltaría quedarnos fuera y no ocupar nuestro lugar, y no participar de la herencia deseada y anhelada por nuestro corazón; supone acogerla y personalizarla.
Entra en la presencia del Señor dándole gracias, desde el punto donde  cada uno nos encontremos existencialmente, no desde donde nos gustaría estar.
Entra como dice la canción antes mencionada, como te encuentres.
·         porque el Padre te espera igual que el amigo que en todo triunfó,
·         porque nos estás esperando a la puerta dispuesto a llenarnos de fuerza y valor,
·         porque tú nos devuelves la fe en el amor,
·         porque tu imagen derrama ternura sembrando en nuestra alma la luz del perdón.
·         tu rostro me da la confianza y luego tu abrazo me infunde valor.
·         y en tu casa yo encuentro el cariño de ver que me tratas igual que un mayor.
Entra y déjate dar la bienvenida, experiméntate esperada (o), no podemos dejar nada de nosotros fuera de la casa, entrar con todo lo que somos. “Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados yo mismo te engendré como rocío antes de empezar la aurora”. Yo alzo de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y herede un trono de gloria.
La sed que experimentamos en muchos momentos es porque somos hijos de Dios y nada nos va a llenar, solo el vivirnos como herederos de una Vida Abundante. En el Salmo 2,7-8: “Tú eres mi hija, yo te he engendrado hoy, pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra”.
“Yo te he engendrado hoy…” Experimentar que podemos entrar de una manera en la oración y salimos de otra, porque el Padre nos engendra cada día a la fe, la esperanza y el Amor. San Pablo en su Carta a los Gálatas, les hace consientes de su identidad de hijos, y de que ya cuentan con el Espíritu Santo por medio del cual pre-gustamos  la herencia de Dios.
Ustedes ahora son hijos, y como son hijos, Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abbá!, o sea: ¡Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y siendo hijo, Dios te da la herencia. (Gal 4,6-7)

De lejos Yavé se le apareció: «Con amor eterno te he amado, por eso prolongaré mi cariño hacia ti. (Jr 31,3)

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